Hablar de adicciones es hablar de sufrimiento, de lucha interna y de caminos que se cruzan entre lo emocional, lo psicológico y, por supuesto, lo físico. Durante años, la nutrición ha sido vista como una disciplina que solo se encargaba de contar calorías, hablar de dietas o pesar alimentos. Pero la alimentación es mucho más que eso. Es un acto emocional, cultural, simbólico… y también terapéutico.

Por eso, cuando hablamos de recuperación de adicciones, no podemos dejar fuera a la nutrición. No es la única herramienta, pero sí una que puede marcar la diferencia.

Las adicciones —ya sea al juego, al alcohol, a las drogas, al azúcar, al móvil o incluso al ejercicio— tienen un impacto real en el cuerpo. No son solo una cuestión de voluntad o de personalidad. Afectan a neurotransmisores, a hormonas, al sistema digestivo, al sistema inmune. Son una tormenta que se desata por dentro, muchas veces en silencio, y que acaba dejando huella en todas las áreas de la vida. Incluida, claro, la forma en la que comemos.

El cuerpo en estado de alerta

Cuando una persona está inmersa en una adicción, su cuerpo vive en un estado constante de estrés. Hay una alteración del eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal, lo que genera una producción excesiva de cortisol (la hormona del estrés). Este cortisol elevado, mantenido en el tiempo, puede provocar inflamación crónica, problemas digestivos, alteraciones en el apetito, insomnio y una mayor predisposición a enfermedades.

Además, muchas sustancias adictivas —legales o no— afectan directamente al sistema digestivo. El alcohol, por ejemplo, puede provocar daño hepático y alterar la absorción de nutrientes. Otras drogas influyen en la microbiota intestinal, ese pequeño ecosistema que regula no solo la digestión, sino también aspectos del estado de ánimo y la función cognitiva. Porque sí: el intestino y el cerebro se comunican constantemente.

El papel de la nutrición en la recuperación

Cuando una persona comienza un proceso de desintoxicación o de rehabilitación, ya sea por una adicción al juego, a sustancias o a conductas compulsivas, la alimentación puede ser una gran aliada. Comer bien no es solo nutrir el cuerpo, es también un acto de autocuidado, de reconciliación con uno mismo.

1. Regular la bioquímica cerebral

Muchas adicciones están asociadas a una alteración en los niveles de dopamina, serotonina y otras sustancias que regulan el placer y el bienestar. Una dieta rica en triptófano (precursor de la serotonina) —presente en alimentos como los huevos, el pavo, los lácteos o las legumbres— puede ayudar a mejorar el estado de ánimo. También son importantes los ácidos grasos omega-3, presentes en el pescado azul, las nueces o las semillas de lino, por su efecto antiinflamatorio y neuroprotector.

2. Cuidar la microbiota intestinal

Sabemos que el intestino es nuestro "segundo cerebro". Un intestino en mal estado puede influir en el estado anímico, la ansiedad e incluso la capacidad de tomar decisiones. Por eso, incluir alimentos prebióticos (como el ajo, la cebolla, los plátanos o los espárragos) y probióticos naturales (como el kéfir, el yogur o los fermentados) puede favorecer una recuperación más sólida.

3. Restablecer el ciclo del hambre y la saciedad

Muchas personas con adicciones pierden la noción del hambre real. Comen por ansiedad, por vacío emocional, por costumbre. Otras, directamente, se olvidan de comer o lo hacen de forma caótica. Reeducar al cuerpo para identificar cuándo tiene hambre de verdad y cuándo es otra cosa (miedo, aburrimiento, tristeza) es parte esencial del proceso.

4. Recuperar la energía vital

Durante la etapa de consumo o compulsión, es habitual que el cuerpo se agote. El sueño se altera, la energía decae, la motivación se evapora. Aquí los hidratos de carbono complejos (como la avena, el arroz integral, la quinoa o las legumbres) pueden ser grandes aliados, porque aportan energía sostenida sin los picos bruscos de azúcar que generan más ansiedad.

5. Sostener emocionalmente el proceso

Comer bien también ayuda a regular las emociones. Y aunque la nutrición no puede sustituir a la terapia psicológica ni al acompañamiento profesional, puede ser un pilar que sostenga el proceso. Cocinar, elegir alimentos, sentarse a la mesa con calma… Son pequeños gestos que pueden convertirse en anclas.

Comer es también un acto de identidad

En mi experiencia personal, la adicción al juego no solo me robó tiempo, dinero y relaciones. También me desconectó de mí mismo. Y en ese proceso, me alimentaba de cualquier cosa, de cualquier manera. El cuerpo pasaba a segundo plano. Como si solo importara apagar el fuego interior.

Recuperar el vínculo con la comida fue un paso más hacia la reconstrucción. Porque cuando uno empieza a elegir qué come, también empieza a elegir cómo quiere vivir. Y eso no es poca cosa.

Cuidarse no es castigarse

Es importante que cuando hablamos de alimentación y adicciones no caigamos en el error de convertir la comida en una nueva obsesión. No se trata de seguir una dieta estricta o de buscar la perfección nutricional. Se trata de reconectar con el cuerpo, de escucharlo, de cuidarlo con afecto. De aprender a mirar los alimentos no como enemigos o premios, sino como herramientas para estar mejor.

Un enfoque integrador y humano

En la rehabilitación de cualquier adicción, la mirada debe ser siempre integradora. No podemos dividir al ser humano en compartimentos: mente por un lado, cuerpo por otro. Todo está conectado. La nutrición puede acompañar, puede reparar, puede fortalecer, pero necesita trabajar en equipo con psicólogos, terapeutas, médicos, grupos de apoyo y, sobre todo, con el deseo real de la persona de salir adelante.

No hay fórmulas mágicas, pero sí hay caminos posibles. Y cada paso que se da hacia una alimentación más consciente es también un paso hacia una vida más libre.