Que vivimos en la era del no al azúcar no es ninguna novedad. Desde que en 2015 la Organización Mundial de la Salud publicara su directriz sobre el consumo de azúcares libres y sus recomendaciones de reducción de consumo, y más fuertemente desde que se lanzaron campañas contra los azúcares sencillos y añadidos, la guerra a este nutriente e ingrediente de muchos alimentos está firmemente declarada.

Desde que se iniciara este movimiento a la luz de los estudios que alertaban del exceso de azúcares que consumimos, y ayudado con movimientos sociales y en redes donde sacaban a la luz la cantidad de azúcares ocultos que tenían la gran parte de alimentos de nuestra cesta de la compra, las noticias sobre este tema no han hecho más que aflorar. No siempre con el mismo grado de evidencia o de “verdad”, pero es innegable que el interés sobre el tema no ha hecho más que crecer.

¿Es adictivo el azúcar?

En esta cruzada contra la dulce, los argumentos que se han utilizado para convencernos para que reduzcamos su consumo han sido múltiples. Algunos más acertados que otros, y algunos más demostrados con estudios científicos que otros. Partamos de la base que algo tiene que suceder para que la Organización Mundial de la Salud se pronuncie sobre el tema. Y que está demostrado (y de sobra) el papel del consumo excesivo de azúcar en enfermedades tan extendidas como la obesidad, la diabetes o los accidentes cardiovasculares y cerebrovaculares.

Pero una cosa es este papel y, repito, el consumo excesivo de un nutriente como son los azúcares, y otro bien distinto es alegar causas y consecuencias que la ciencia no avala. Por mucho que detractores quieran convencernos. Y, entre estos argumentos, se encuentra la famosa adicción al azúcar. Nos tratan de convencer por activa y por pasiva de que parte de la culpa del consumo excesivo es una adicción causada por los alimentos ultraprocesados y los azúcares ocultos que podían tener los alimentos. Y que, reduciéndolos, podemos superar nuestra presunta adición.

Hasta nos describen posibles síntomas de un síndrome de abstinencia. Incluyendo testimonios de gente que ha conseguido salir del “agujero” del azúcar, y de cómo lo han pasado mal hasta que, un día, han salido, son felices, más sano (y más guapos, puestos a inventar, ¿por qué no?). Pero, ¿esta teoría viene del algún lado? Por supuesto. Estudios científicos hay. De hecho, estudios científicos como tal hay de todo lo que uno pueda imaginar. Pero de ahí, ha que sea 100% verdad, hay un camino largo que hay que recorrer en ciencias según el método científico.

¿Qué efectos produce el azúcar en el cerebro?

Recientemente ha salido a la luz un estudio donde se estudiaba el papel del azúcar en el cerebro. Investigadores de una universidad de Dinarmaca publicaban esta semana en la revista científica 'Scientifics Reports' un estudio sobre este tema. Concretamente mapearon las consecuencias del consumo de azúcar en el cerebro al comienzo del experimento, después del primer día de consumir agua con azúcar, y al finalizar el estudio.

Después de 12 días de ingesta de azúcar pudieron observar, según los investigadores, cambios importantes en los sistemas de dopamina y opioides del cerebro, que son las partes de la química del cerebro que está asociado con el bienestar y el placer. Es decir, que tomar azúcar daba placer (vaya sorpresa). Áreas que se ha visto en otros estudios que también activan las drogas (vamos, que las drogas también generan placer, otra sorpresa).

Entonces, ¿actúa el azúcar en el cerebro de la misma manera que lo hacen las drogas? Ojo, porque el estudio no concluye eso. Primero, porque debemos matizar que el estudio se hizo sobre el cerebro de 12 cerdos. Por lo que, aun siendo sistema parecidos, debemos tener en cuenta las posibles diferencias entre especies. Y por otro lado, como bien me repitió varias veces mi profesora mientras hacía prácticas en un departamento de la universidad y ayudaba en sus investigaciones: la relación no implica causalidad.

Dicho de otra manera, que ambas sustancias generen placer, no significa que, porque una sea aditiva, la otra también. De hecho, no está demostrado, ni está cerca de estarlo, que el azúcar pueda ser aditivo. Primero, porque es un nutriente que está en la mayor parte de alimentos. Desde una palmera de chocolate, hasta una manzana. Y si esta teoría fuera cierta, la persona que tuviera adicción no solo la tendría con ultraprocesados, también con las manzanas, acelgas o uvas.

Y segundo, porque, entre otras cosas, para definir una sustancia como adictiva debería de tener un síndrome de abstinencia específico para él. Y a día de hoy no hay ninguno descrito en la literatura científica. Es decir, que el hecho de que nos guste el azúcar no es sinónimo de adición, si no más bien a un sistema de supervivencia que nos viene desde hace muchos años, cuando no teníamos para comer todos los días ni los conocimientos de nutrición que tenemos ahora. Cuando éramos monos. Donde que algo fuera dulce era significado de que nos podía aportar energía y, por ende, nos gustaba y lo comíamos.

¿Qué cantidad de azúcar es segura?

Pero una cosa es que no sea adictivo, y otra cosa es que estemos comiendo las cantidades que nos corresponde. No es nada nuevo, ni son pocas las entidades científicas, estudiosos y estudios que ponen de manifiesto que comemos demasiada azúcar. Mucha más de la que deberíamos. Y, al contrario que su “hermano mayor” los hidratos de carbono, el azúcar añadido y/o libre se digiere, absorbe y aparece en sangre de una forma demasiado fácil.

Por eso, que este artículo no sirva de excusa para que bajemos la guardia con nuestro consumo de azúcares añadidos (que no los que contienen las frutas o las verduras de forma natural). Ya que, como bien decía la OMS en su directiva, es necesario que controlemos nuestra ingesta. ¿Cuánto? Seguramente te venga a la cabeza el famoso mensaje de los “25 gramos de azúcares al día”. Pero ese mensaje no es del todo cierto.

Ni la OMS ha dado una cifra exacta en gramos para los azúcares. Ni todos tenemos el mismo límite. De hecho, la directiva comenta que el límite que deberíamos intentar no superar es el 10% de las calorías totales de la dieta en forma de azúcares. De tal manera, que una dieta de 2.000 kcal, teniendo en cuenta que un gramo de azúcar aporta 4 kcal, el límite serían unos 50 gramos de azúcares.

Pero, como seguramente no quieras ni puedas estar todo el día con la calculadora en la mano y sumando cuántos azúcares llevas consumidos, la solución es mucho más fácil, más al alcance de tu mano, y mucho más conocida por todos: reduce el consumo de ultraprocesados y aumenta el consumo de alimentos frescos. ¿Por qué? Porque de esta manera no hace falta estar sumando ni obsesionándonos por cuántos gramos llevamos o dejamos de llevar.

De hecho, la nutrición puede a llegar a ser una de las ciencias más inexactas de todas las ciencias del mundo. Porque una manzana no siempre tiene la misma cantidad de nutrientes. Porque depende del grado de maduración, y porque no siempre tienen el mismo tamaño. Por eso, no intentemos ser inflexibles. Come fruta. Come verdura. Evita los ultraprocesados, pero sabiendo que porque de vez en cuando (en un cumpleaños, Navidades, una cena de amigos, etc…) los consumas, ni te vas a morir, ni vas a tirar por la borda tu plan maestro de ser saludable comiendo