Ya está aquí el calor. De hecho, de una forma casi inusual para un mes de mayo. Y con él, una de las épocas donde la variedad de frutas parece que se multiplica en los lineales de las tiendas. Da gusto ir en esta época a la frutería y empezar a ver las fresas y fresones, las primeras sandías, melones, y, como no, también cerezas y picotas.

Aunque en España son varias zonas donde se cultivan, siendo muy famosas las que se producen en el valle del Jerte, su origen se sitúa en Asia, entre el mar Negro y el mar Caspio donde incluso aún se pueden encontrar especies silvestres. Los griegos y los romanos ya apreciaban esta fruta, los cuales ayudaron a expandir su cultivo hasta llegar a España.

Además de por su sabor, esta fruta es un verdadero cofre del tesoro nutricional (como no podía ser de otra manera al ser una fruta). Por nombrar algunos nutrientes, son ricas en vitamina A (de ahí su color), vitamina C y minerales como el potasio, el calcio o el hierro, además de aportar antioxidantes como los antocioanos, o ser uno de los pocos alimentos que aportan melanina en su composición.

Existen dos especies: las cerezas dulces (Prunus avium) y las cerezas ácidas o también conocidas como guindas (Prunus cerasus). Mientras las primeras solemos consumirlas al natural por su dulzor, aunque también se usan para mermeladas y otras recetas; las segundas se usan más para cocinar, preparar salsas o incluso para elaborar complementos nutricionales de antioxidantes.

Su dulzor no nos debe llevar a engaño: son bajas en calorías (unas 60 kcal cada 100 gramos), acompañado de una gran cantidad de vitaminas y minerales como hemos comentado. También son muy ricas en fibra, lo que un exceso de estas puede causarnos algún efecto laxante.

Su contenido en flavonoides como los antocianos, además de muy ricas nutricionalmente hablando, también las hace muy interesantes para la salud, ya que sus antocianos y el ácido elágico son sustancias de las cerezas que tienen una alta capacidad antioxidante. Y de aquí vienen muchos de los beneficios que se le atribuyen a esta fruta.

Desde su poder de retrasar el envejecimiento celular, hasta la capacidad de ayudar a retrasar la aparición de enfermedades degenerativas como la osteoporosis, enfermedades cardiovasculares o algunos tipos de cáncer.

De hecho, estarían recomendadas en casos de obesidad, al ser dulces y bajas en calorías, lo que podría sustituir otro tipo de alimentos y snacks dulces, el estreñimiento, la retención de líquidos (ya que también son diuréticas), incluso en personas con diabetes, las cuales las pueden tomar al igual que todas las frutas dentro de las comidas del día.

Otros estudios han estudiado, valga la redundancia, su papel contra enfermedades como la artritis reumatoide o el reumatismo crónico debido a su aporte de ácido salicílico y sus antioxidantes. También han sido utilizadas para los ataques de gota y niveles altos de ácido úrico desde hace siglos. De hecho, entre 15 y 25 cerezas al día (al natural, no en mermelada), ayudaría a normalizar los niveles en sangre de ácido úrico.

Con todos estos beneficios es normal que estés pensando en comprarlas la próxima vez que vayas al mercado. Es verdad que es una fruta que no dura mucho, por lo que podemos vernos tentados en comprarlas verdes para que vayan madurando en casa y así “nos duren más”. Error. Las cerezas no maduran una vez cortadas del árbol, por lo que si las compras verdes, verdes se van a estropear sin llegar a madurar, por lo que lo mejor es comprarlas ya maduras.

Las mejores son aquellas que tienen la piel brillante, pesan, están firmes y el tallo está verde y fresco. Siempre las conservaremos en el frigorífico y las debemos de consumir en el menor tiempo posible para que estén en su punto óptimo y aprovechemos todos sus compuestos y nutrientes. Además, nunca las laves antes del momento en que las vayas a consumir, ya que es muy fácil que aparezca moho si las lavas y las dejas en la nevera. Y nunca al lado de alimentos que desprendan olores, ya que también tienden a absorber los olores que las rodean.