Cuando hablamos de ácidos grasos beneficiosos para el cuerpo y nuestra salud, normalmente siempre se habla de tres de ellos: el ácido oleico, el omega 3 y el omega 6. Estos ácidos grasos ocupan artículos, estudios, e incluso monográficos en revistas de salud y también de belleza. Hasta tal punto se ha hablado de sus beneficios que, aunque me pese y no me guste ese adjetivo, se les tilda como la grasa "buena". No voy a repetir mi discurso típico de por qué no me gusta tachar de bueno o malo a un nutriente o a un alimento de forma aislada en vez de valorar las ingestas, de qué alimento viene o cómo lo estamos consumiendo dentro del contexto de la alimentación. Pero es verdad que hemos hablado multitud de veces de todos sus potenciales efectos beneficiosos para la salud y para prevenir enfermedades asociadas a nuestra forma de comer.
A menudo se nos olvida que la grasa, y en concreto los ácidos grasos, es un grupo de compuestos químicos que forman una gran familia, y que, además de los más conocidos por ser los más nombrados, existen otros que también tienen sus funciones en el cuerpo y que, aunque muchos de ellos no sean "esenciales", también son importantes.
¿Qué son los ácidos grasos esenciales?
Dentro de esta gran familia, cuando hablamos de ácidos grasos esenciales nos referimos a aquellos que el cuerpo no puede sintetizar por sí mismo y que, por consiguiente, tenemos que introducir con los alimentos. Nos referimos a dos familias en concreto: los omega 3 y los omega 6.
Y digo familia porque no hablamos de un solo ácido graso, si no de una serie de ellos que están relacionados entre sí y tienen algo en común: que son poliiinsaturados y que una de esas insaturaciones está en el carbono 3 o el carbono en posición 6 respecto al carbono que denominamos como "omega" (el último carbono de la cadena que forman los ácidos grasos).
¿Qué es el omega 7?
Aunque los omega 3 y 6 son ácidos grasos poliinsaturados (tienen varias insaturaciones en su cadena), el omega 7 es un ácido monoinsaturado, solo tiene una. En concreto, y siguiendo la regla de cómo nombramos a los ácidos grasos más conocidos, en la posición 7 contando desde el último carbono, el omega.
En verdad su nombre químico es ácido palmitoleico, y, aunque no es un ácido graso esencial (es decir, el cuerpo si puede sintetizarlo a partir de otros ácidos grasos si es necesario), últimamente se está hablando e investigando mucho sobre sus funciones. Fundamentalmente la industria de los complementos nutricionales, que ya ha empezado a anunciarlo a bombo y platillo como suplemento en pastillas o, incluso, en formulaciones cosméticas para aplicarlo directamente sobre la piel. Lo podemos encontrar de forma natural en las estructuras de la piel y de las mucosas, donde tiene un papel fundamental para la hidratación de la mismas y que éstas funcionen correctamente. De ahí que las investigaciones estén enfocadas en ver si suplementos o mayores cantidades de ácido graso podrían tener efectos beneficiosos más allá del que podamos consumir en la dieta.
¿Qué beneficios tiene el omega 7?
Si no se ha hecho tan famoso como sus primos los omega 3 y 6 es por algo. Primero, porque seguramente no contamos con la misma cantidad de estudios que estos dos primeros, los cuales se han estudiado en multitud de ensayos viendo su papel como cardioprotectores, e, incluso, como anticoagulantes o antioxidantes tanto en niños como en mayores.
Y, por otro lado, porque como hemos dicho, no es esencial. Es decir, que si el cuerpo necesita omega 7 tiene capacidad de crearlo a partir de otros ácidos grasos. Por eso, puede que la suplementación no sea tan necesaria o, por lo menos, aún no hemos determinado si tiene efectos beneficiosos tomar más omega-7 del que estamos consumiendo.
Esto no significa que no haya ya estudios que apuntan a los posibles beneficios que pueda tener (aunque habría que esperar un poco más para poder asegurar que de verdad es así un poco más). Parece ser que podría tener un efecto positivo mejorando la sensibilidad a la insulina y ayudar a la prevención de enfermedades cardiovasculares.
De demostrarse esto sería bastante positivo ya que la resistencia a la insulina está muy relacionada con la obesidad y una mayor acumulación de grasa en el hígado. Además de ayudar a mejorar y tratar el síndrome metabólico, es decir, cuando la obesidad no viene sola, y viene acompañada de hipertensión, diabetes e hipercolesterolemia. Una de las pandemias del mundo occidental del siglo XXI y que crece a un ritmo muy alarmante.
¿En qué alimentos hay omega 7?
Evidentemente si es un nutriente se va a encontrar en los alimentos. Aunque, parece ser, que las cantidades que se aportan a través de la alimentación son bastante pequeñas. Este hecho podría justificar el que tuviéramos que tomar suplementos nutricionales de este ácido graso, pero, como ya hemos dicho, el cuerpo, si lo necesita, tiene la capacidad de generarlo.
Pero para evitarle ese trabajo, sí hay alimentos que nos pueden ayudar a dárselo más fácil. El omega 7 se ha encontrado en pescados como las anchoas o el salmón, en las nueces de Macadamia, el aguacate, o el aceite de oliva.
¿Son necesarios los suplementos de omega 7?
La verdad es que, con lo que sabemos a día de hoy, no. Ni hemos demostrado que la población tenga deficiencia de este ácido graso. Ni hemos detectado deficiencias como tal de él. Ni los suplementos nutricionales están totalmente demostrados que tengan efectos beneficiosos.
De hecho, los suplementos nutricionales son algo que mejor no tomar a la ligera y sin supervisión de un profesional cualificado. Normalmente los dietistas-nutricionistas los utilizan como última opción cuando es imposible aportar algún nutriente con la alimentación. Por una sencilla razón: en los alimentos no sólo hay nutrientes.
Cada vez más estamos descubriendo sustancias que, aunque no son nutrientes como tal, tienen efectos muy beneficiosos en el cuerpo, como los antioxidantes, lo polifenoles o un gran abanico de fitonutrientes. Por lo que dar los nutrientes por separado puede ser uno de los grandes errores de base de un profesional cuando prescribe este tipo de preparados con nutrientes aislados.
Por no decir que el simple acto de la masticación también está relacionado con la salud, la saciedad o, incluso, en darle señales al cuerpo para que aproveche mejor los nutrientes. A veces pecamos de querer simplificar demasiado un proceso tan complejo como es el de nutrirnos. Y ahí, están la mayoría de los errores que cometemos.