Cuando nos planteamos una dieta, hay cosas que irremediablemente nos vienen a la cabeza como una especie de herencia culturar heredada sin que nos demos cuenta: 5 comidas al día, y en unos horarios estándar preestablecidos. Dicho de otro modo, desayunar temprano por la mañana, comer al medio día, y cenar cuando la jornada va a tocando a su fin y queda poco tiempo para ir a la cama.
Es innegable que nuestro ritmo de vida influye en nuestra forma de ordenar las comidas. Especialmente el trabajo. Y muchas veces caemos en el error de pensar que todo el mundo tiene el famoso "horario de oficina". Salvo los afectados, no caemos en pensar en aquellas personas que trabajan por turnos. Y no son pocos. Representan casi el 20% de la mano de obra en sociedades como la nuestra, donde encontramos muchos profesionales de los servicios hospitalarios, fábricas o servicios esenciales que su actividad no puede verse interrumpida.
Nos fijamos mucho en qué comemos, pero no tanto en cuándo comemos. Y su relación con la salud es igual de importante. Según un último estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, los investigadores del Brigham and Women’s Hospital de Estados Unidos han descubierto nuevos datos que relacionan el horario de las comidas con el estado mental de las personas, enfocando a trastornos como la ansiedad y la depresión.
Según este estudio, entre las personas que comían de noche los niveles de estado de ánimo similar a la depresión aumentaban un 26%, y los similares a la ansiedad un 16%. Lo que viene a reforzar la conexión entre el horario de las comidas con la vulnerabilidad de sufrir trastornos y alteraciones del estado de ánimo.
No solo en personas que trabajan por turnos. También aquellas que sufren jet lag o que tienen trastornos en los ciclos circadianos del sueño/vigilia. Es decir, personas que consumen la parte más importante de su dieta cuando no hay luz solar o el estímulo de esta. De hecho, ya se conocían cifras de riesgo de sufrir depresión y ansiedad entre estos grupos de gente, donde aumentaba entre un 25 y un 40%.
Es importante lo que ponemos en el plato. Eso es innegable. Pero también tenemos que hacer la misma reflexión de su impacto en nuestra salud tanto la hora, como el ritmo de comidas que tenemos. De hecho, el cuerpo es un "animal de costumbres", y mantener los horarios más o menos fijos de comidas, ya se ha visto que mejora no solo la relación con la comida que podamos tener, si no el aprovechamiento de los nutrientes.
Dicho de otra manera, el mismo alimento que vamos a comer en el almuerzo el cuerpo no lo va a utilizar igual a las 2 de la tarde, que a las 5. Y así, con todas las comidas. Es lo que los expertos e investigadores del tema denominan como crononutrición.