Durante el mediodía del 28 de abril de 2025, la península ibérica se sumió en la oscuridad: un apagón eléctrico masivo dejó sin suministro a millones de personas en España y Portugal, afectando también a regiones del sur de Francia. Este evento, descrito por las autoridades como "absolutamente excepcional", provocó la paralización de infraestructuras críticas, el colapso de las telecomunicaciones y la interrupción del transporte público.

Según Red Eléctrica, el operador del sistema español, el apagón se debió a un "cero energético", una situación en la que el equilibrio entre generación y demanda de electricidad se rompe de forma abrupta. El suceso en sí, y la falta de información que le rodea, ha puesto de manifiesto varias cosas: la fragilidad de nuestras infraestructuras eléctricas, la normalización del oscurantismo informativo de las administraciones, y la importancia de comprender algunos aspectos básicos sobre cómo funciona el sistema energético que sustenta nuestra vida cotidiana.

Escuchando la radio durante estas horas de apagón, es fácil darse cuenta de que hay lagunas de conocimiento que es preciso rellenar, empezando por ¿qué es realmente la electricidad? La electricidad es –dicho de forma muy simplificada, pero rigurosa– electrones en movimiento. Es una forma de energía resultante del movimiento de cargas eléctricas, principalmente electrones, a través de un material conductor como puede ser un cable de cobre. Este flujo de electrones genera una corriente eléctrica que puede ser utilizada para alimentar dispositivos, iluminar espacios o accionar maquinaria. La electricidad es la base del funcionamiento de prácticamente todos los sistemas tecnológicos actuales.

Es importante entender también la diferencia entre energía y electricidad. La energía es una magnitud física que representa la capacidad de realizar trabajo o provocar cambios, mientras que la electricidad es una forma específica de energía asociada al movimiento de cargas eléctricas. Es decir, toda electricidad es energía, pero no toda energía es electricidad. En resumen, la electricidad es una manifestación particular de la energía.

La electricidad no se crea de la nada, sino que se produce a partir de la transformación de otras formas de energía primaria (mecánica, térmica, química, solar, etc.) mediante dispositivos llamados generadores. Este proceso se lleva a cabo en las centrales eléctricas. En el generador, la energía mecánica (por ejemplo, la rotación de una turbina) mueve un eje conectado a un imán dentro de una bobina de conductores, o viceversa, induciendo una corriente eléctrica. Este proceso se ha descrito mediante la ley de Faraday de la inducción electromagnética.

La conversión de energía en electricidad se realiza mediante distintas tecnologías. Por ejemplo, en la energía hidroeléctrica se aprovecha la energía potencial del agua almacenada en embalses que, al liberarse, fluye a través de turbinas generadoras. En las centrales térmicas, se queman combustibles fósiles para calentar agua, generando vapor que mueve turbinas conectadas a generadores. En las plantas nucleares, el calor se genera a partir de reacciones de fisión nuclear que también producen vapor para mover turbinas. La energía eólica utiliza la fuerza del viento para mover aspas de aerogeneradores, y la energía solar puede transformarse directamente en electricidad mediante paneles fotovoltaicos gracias al efecto fotoeléctrico o, en el caso de la solar térmica, generar vapor a partir del calor solar.

En este contexto, el ciclo combinado merece una mención especial. Un ciclo combinado es una central que combina dos procesos de generación para mejorar la eficiencia: primero, se quema gas natural en una turbina de gas para generar electricidad, y luego el calor residual se utiliza para producir vapor que acciona una segunda turbina de vapor. Este sistema permite alcanzar eficiencias superiores al 60%, aprovechando mejor la energía disponible.

Una pregunta clave que surge es: ¿cómo se almacena la electricidad? La electricidad como tal no puede almacenarse directamente de forma eficiente a gran escala. Por eso, el almacenamiento eléctrico implica convertir la energía eléctrica en otra forma de energía que pueda ser conservada y posteriormente reconvertida en electricidad cuando sea necesario. Las baterías electroquímicas (como las de litio) almacenan energía mediante reacciones químicas reversibles que implican el intercambio de electrones, es decir, electrones en movimiento. La producción de hidrógeno también es una forma de almacenamiento químico de la electricidad sobrante. El almacenamiento hidroeléctrico por bombeo utiliza el exceso de energía para bombear agua a un embalse elevado, liberándola cuando se necesita. También existen sistemas de almacenamiento de aire comprimido, almacenamiento térmico (electricidad que se almacena calentando materiales como cerámicas o sales), que permiten guardar la energía para su uso posterior.

Finalmente, ¿cuáles son las principales fuentes de energía en España y cuál es su peso en la red eléctrica? España cuenta con una matriz energética diversificada. Según datos de Red Eléctrica de España de 2024, las principales fuentes de generación son: energía eólica (22,9%), energía nuclear (19,6%), energía solar fotovoltaica (16,7%), ciclo combinado (13%) y energía hidráulica (13%). Estas cifras reflejan el compromiso de España con las energías renovables, aunque también evidencian la necesidad de contar con fuentes de respaldo para garantizar la estabilidad del sistema eléctrico.

El apagón del 28 de abril de 2025 ha sido un recordatorio de la importancia de fortalecer nuestro sistema eléctrico. La ausencia de electricidad, aunque momentánea, revela la magnitud de nuestra dependencia y la vulnerabilidad de un modelo que necesita ser más robusto. Además, este apagón ha puesto de manifiesto por qué es fundamental tener conocimientos básicos de ciencia y tecnología. Solo con una mínima formación podemos interpretar la información de forma crítica y objetiva, evitando caer en la desinformación o en el alarmismo. Este suceso también ha evidenciado la necesidad de una comunicación institucional ágil y transparente: no se puede pedir a la ciudadanía que acuda a fuentes oficiales si estas permanecen en silencio durante horas. Incluso cuando no se dispone de toda la información, es preferible comunicar qué se sabe y, sobre todo, qué no se sabe. El conocimiento científico y tecnológico, y su comunicación rigurosa, son dos pilares fundamentales en la gestión de cualquier crisis contemporánea.