Los políticos españoles tienden a no conceder ninguna importancia a la palabra dada. La última vez que alguien la cumplió, llevó a su partido a jugar la previa a su desaparición. Me refiero a Albert Rivera, que dijo que no pactaría con Pedro Sánchez, hizo lo anunciado y los electores le mandaron a la insignificancia parlamentaria. Habitualmente, nos engañan.

Uno de los ejemplos más claros lo protagonizó Mariano Rajoy. Estábamos en crisis económica, aunque Rodríguez Zapatero dijera que no, y también en campaña electoral. Un cóctel explosivo. A pesar de que nuestra situación era muy precaria, el entonces Presidente del PP basó su campaña en una prometedora y alegre bajada de impuestos. Rajoy ganó y nada más pisar La Moncloa, aprobó en Consejo de Ministros un sablazo fiscal. En julio de 2012, compareció en el Congreso y declaró: "Dije que iba a bajar los impuestos y los estoy subiendo". Y se quedó tan pancho. Estábamos al borde del rescate, todos los dirigentes del PP apretaban a Zapatero para que pronunciara la palabra "crisis", lo tenían clarísimo y aun así, hicieron unas promesas fiscales que era bastante evidente que no iban a poder cumplir. Ahora, el pasarte por el forro tu propia hemeroteca se ha puesto tan de moda, que ya no hay tiempo ni para archivar el material.

Pedro Sánchez ha dilapidado de tal manera su credibilidad que, en mi opinión, ha contribuido al desprestigio general de la clase política. Si es que quedaba algo de prestigio. El Presidente del Gobierno en funciones inició su andadura al frente del PSOE negándose a pronunciar la palabra Podemos. Les llamaba "populistas". Sánchez decía por aquel entonces que "bajo ningún concepto" iba a pactar con los populistas, porque el futuro era "la Venezuela de Chávez, la pobreza y las cartillas de racionamiento". También hubo en tiempo en el que les acusó de tener a la Unión Soviética como modelo. Sánchez dijo incluso en 'El hormiguero' que nunca le dejaría a Pablo Iglesias las llaves de su casa. Y le llamó mentiroso. "Miente más que habla", señaló en un mitin.

El viento se fue llevando todas sus palabras cuando fueron necesarios los pactos autonómicos y municipales con el partido de Pablo Iglesias. Luego, más recientemente, ha protagonizado otro brusco vaivén. Hace cuatro días nos dijo que no podría dormir si dejara en manos de Unidas Podemos los ministerios más importantes y ahora va a hacer a Iglesias vicepresidente. También explicó que les separaban "enormes diferencias" en asuntos muy importantes. Se ve que ahora, de repente, no son tan enormes. Y así hasta el infinito.

Para completar la engañifa, el PSOE tiene previsto consultar a la militancia ese futuro gobierno de coalición el próximo 23 de noviembre. Salvo que cambien mucho las cosas, sus bases van a tener que pronunciarse sobre un acuerdo que nadie conoce con detalle y sin saber si finalmente es apoyado por Ciudadanos o por ERC, que no es lo mismo. Sánchez se está comportando como un trilero y en estos momentos, el valor de su palabra está entre nada y casi nada.