El resultado de estas elecciones es nefasto para España. No sé si es algo que preocupe a estas alturas a los partidos políticos, personalistas hasta la náusea. El PSOE ha empeorado su resultado, igual que Unidas Podemos. Los votantes penalizan así su falta de acuerdo, su incapacidad para negociar, sus ansias de sillón. Pedro Sánchez tampoco dormirá esta noche. Ni mañana. Ni al otro. O no debería. Que no pierda de vista la falta de entusiasmo que genera su figura en todas las convocatorias electorales recientes.

También el Partido Popular se queda muy por debajo de las expectativas. Pablo Casado es un lío. No se puede ser al mismo tiempo Mariano Rajoy y Cayetana Álvarez de Toledo. Quizá la única solución para salir del atolladero en el que nos han metido pasa por un acuerdo entre populares y socialistas. Sin embargo, eso requeriría una valentía por parte de Pablo Casado que no acierto a vislumbrar con claridad. Puede que tenga la tentación de ofrecer su voto a cambio de la cabeza de Sánchez que, por otra parte, no tengo claro que vaya a aceptar el apoyo de la derecha sin perder el sueño otra vez. En todo caso, en Génova hay dirigentes muy tajantes: “Al PP -sostienen- solo le queda apechugar”.

Lo de Ciudadanos es una cosa marciana, una lección magistral sobre cómo dilapidar todo tu capital político en tiempo récord. Albert Rivera ha fracasado. Sus electores no entienden lo que ha hecho, ha reducido a a Ciudadanos a la categoría de partido residual y poco creíble, ha desdibujado su proyecto. Antes no quiso pactar, a pesar de que sus escaños, unidos a los del PSOE, habrían dado lugar a una mayoría muy absoluta. Ahora, aunque quisiera, no cuenta para pacto alguno. Es irrelevante. Para ponerle la puntilla al fracaso, Rivera ha optado por no dimitir, por una huida hacia adelante. Él, que decía que venía a regenerar la vida política... Va a convocar un Congreso y da la sensación de que espera que el partido, dominado por él, le aclame para seguir.

La otra cara de la moneda es VOX, que ha sacado un resultado histórico. En mi opinión, gran parte de la culpa es de Sánchez. Y eso que había precedentes en Andalucía sobre los riesgos de exacerbar a la ultraderecha en campaña electoral. Pero además, Santiago Abascal crece por la inestabilidad en Cataluña y porque capitaliza el voto del cabreo. La gente está hasta las narices. La prueba, creo, es que ni siquiera en una situación tan delicada como ésta, los españoles han optado por hacer lo que se conoce como voto útil. Habrá en el Parlamento más partidos que nunca. Por otro lado, VOX no podía perder, porque no había tenido tiempo de defraudar a sus votantes. En la legislatura fallida no tuvieron que hacer nada. Quien no actúa, no yerra. La subida de Santiago Abascal puede condicionar un hipotético sentido de Estado de Pablo Casado. El líder del PP tiene que conjugar su papel para evitar otras elecciones y su necesidad de mantener el liderazgo de la derecha. La situación es, en general, diabólica. Una pena.