"Menos gritos y más obras", decía Bernarda Alba al entrar en la casa preparada para el duelo a la criada al verla quejumbrosa y convertida en plañidera para despedir a Antonio María Benavides, cuando justo antes, preparando y limpiando la casa, sentía alborozo por su muerte. No hay mejor lugar para comprender la pena impostada, engalanada, que el primer acto que García Lorca enhebra en La casa de Bernarda Alba. Porque no hay nadie que más quiera aparentar en la muerte que la gran señora lorquiana, de ceño fruncido y bastón de mando dispuesto, recogiendo enlutados en su casa en el velatorio de su segundo marido. Un carrusel de duelos fingidos y quebrantos.

El luto es un elemento de dolor simbólico y estético, algo para ser visto, que no precisa de dolor sincero por la pérdida. No es como las lágrimas o el llanto, sino algo con lo que se puede salir de casa para ser visto mientras se sonríe y se celebra por dentro la muerte del enemigo o de alguien que no importa. Nada impide sonreír a una muerte sin mueca en el rictus, pero con una prenda de luto que enseñe a la gente lo mucho que algo duele. Fingir, al fin y al cabo. No se suele decir lo repugnante que es ver en la tele hablar de corbatas negras al Ciudadano C. Lo repugnante que resulta ver en la tele hacer bailar a los muertos en las tablas mientras no es posible despedirlos.

A José María Aznar siempre se le vio con la corbata negra después de los atentados del 11M. Vimos a todos llorar, vimos a su mujer cómo besaba a todos en Madrid en las calles y él, en Berlín, vendiendo Europa a los americanos, como cantaba Ferreiro. Los hechos son más sinceros que el luto. Por eso poco le importó a un familiar de las víctimas del 11M acercarse a José María Aznar en los funerales y apuntarle con el dedo para declararle responsable de la muerte de sus hermanas. La corbata negra no le convenció y soltó toda la ira que las mentiras le habían amargado en su sincero duelo.

La corbata negra es solo el artificio con el que instrumentalizar el dolor ajeno. Un recurso retórico con el que sacar beneficio del luto, la apariencia como clave de bóveda de un modo de hacer política que solo busca el efectismo circense. Un constructo con el que martirizar al Gobierno mientras no baila al son de los golpes de su bastón, para después humillarle con desprecio si cae en su trampa bernarda, y echarle de malas maneras por el arco de su puerta.

Solo existe una manera de librarse del influjo tóxico de la casa de Bernarda Alba. Y no es ceñirse a sus presiones y ponerse de luto confinado en casa, sino rompiendo su bastón. Hacer añicos la vara de mando con la que la oposición le quiere disciplinar e, imitando a Adela, ponerse corbata verde.