A las cinco de la tarde la Plaza Roja de Vallecas era la propia de una jornada primaveral en un barrio obrero. Padres y madres con sus niños en el parque, algunos chavales jugando al fútbol que nos piden a los periodistas y fotógrafos que nos apartemos porque les bloqueamos la portería que han hecho entre un banco y una farola y personas mayores que pasean solas. Una paz que desaparece cuando la policía comienza a filiar y echar del parque a todo aquel que lleve una estética que no les cuadra con la de un militante de VOX.

Piden el carné a unas mujeres con pashminas moradas, a dos chavales que esperan en una esquina con una mascarilla republicana o a todo joven que viste de negro. La plaza deja de ser de los vecinos para ser ocupada por militantes de VOX de otras regiones.

Aparece Juan Carlos Segura, el diputado catalán que fue condenado por lanzar cócteles molotov a una sede de UCD y al que se le llegó a aplicar la ley antiterrorista. Saluda a Jorge Cutillas, el número 2 de Rocío Monasterio, que fue detenido en los años 80 por apedrear autobuses de niños de familiares de presos vascos. Los violentos están dentro del cerco policial que se establece para evitar que los gritos de los vecinos del barrio impidan que se oiga el discurso de odio de VOX. Entonces, sucede.

Santiago Abascal es un violento. No es un ejercicio retórico, es una descripción factual de lo que ocurrió en la Plaza de la Constitución en Vallecas. La protesta de los vecinos contra la presencia de los posfascistas de VOX en su barrio transcurría de manera pacífica a pesar de las múltiples provocaciones que los militantes de VOX realizaban detrás del cerco policial hasta que Santiago Abascal decidió que lo que allí ocurría no era suficiente para victimizarse frente a la opinión pública con sus colaboracionistas mediáticos. El líder de VOX intentaba hablar, ayudado de una megafonía que impedía que su voz se oyera a más de diez metros ahogada por las proclamas de los vecinos. "Abascal, ponte a trabajar" se oía, cuando, de repente, todo se desmadró.

Santiago Abascal se bajó de la tribuna de oradores y junto a sus guardaespaldas y algunos militantes que le acompañaron se dirigió a los vecinos que protestaban y rompió el cerco policial para que sus guardaespaldas empujaran a los manifestantes con la protección de los miembros de la UIP.

Abascal rompió el cerco policial. Todos sabemos lo que ocurre cuando está establecido un cerco policial por miembros de la UIP y alguien pretende atravesarlo de forma violenta. La policía actúa con firmeza con quien lo hace, pero en este caso, no. Tras hacerlo, Abascal volvió a la tribuna de oradores y los UIP comenzaron a cargar contra los vecinos que hasta eso momento habían protestado de manera pacífica. Pero ya no lo harían más. Abascal no necesita a su guardia de asalto porque usa las porras que están para servir a todos los ciudadanos de forma subrogada. Los vecinos respondieron a las cargas lanzando objetos, la policía agredió a varios periodistas y, entonces ya sí ,el líder de VOX tenía la imagen que buscaba de un barrio que lo había repudiado con la palabra. Abascal buscaba violencia, y como no la encontraba la comenzó. El primer acto violento que se produjo ayer en Vallecas fue producido por Santiago Abascal. Aunque es algo que ocultarán sus colaboracionistas, aquellos que no estaban allí porque no se atreven a pisar las calles.

La Delegación del Gobierno es la máxima responsable al permitir un peligro para la seguridad pública como es el acto de un grupo de posfascistas en un barrio de tradición histórica antifascista. Un acto realizado para provocar violencia. Lo buscaban en VOX, lo realizó VOX, y todos lo sabían. Las condenas a la violencia se repiten una vez más. Pero ninguna va dirigida al que realizó el primer acto violento, al que provocó la sucesión de actos violentos. Al líder de un partido que solo concibe la política como acrónimo de sus siglas, violencia, odio y xenofobia: VOX.