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Asia

Shangri-La es un hotel de lujo en la cima del mundo

Está en Lhasa, Tibet, aunque no es el paraíso perdido del Himalaya.

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Lhasa, la capital del Tibet (hoy parte de la República Popular China), no es Shangri-La, no es ese paraíso escondido entre las montañas y apartado de la civilización, no es un valle florecido y de agradables temperaturas de felices y eternas gentes que describía James Hilton en Horizontes Perdidos allá por 1933 y que Frank Capra llevaría al cine en 1937 -aunque las gentes del Tibet se distinguen por acogedores y respetuosos- pero acoge un nuevo hotel de lujo, el Shangri-La Lhasa, un hotel de lujo que consigue convertir la hospitalidad del Tibet y de los tibetanos en una experiencia única de inmersión cultural y de experiencias vitales con el más selecto cuidado. Con vistas al espectacular y emblemático Palacio de Potala de 130.000 metros cuadrados, el Shangri-La Lhasa está lleno de detalles tibetanos, desde la decoración a los rituales de bienvenida del hotel. Desde el vestíbulo hasta las impresionantes habitaciones que miden no menos de 42 metros cuadrados, las decoración desarrolla profusas nubes, un clásico estético del Tibet, en alfombras, en piezas de bronce hechas a mano por las paredes, colores cálidos y colores vivos típicos de las vestimentas de la región, el arte local se convierte en lujo en las 262 habitaciones y 17 suites. Teniendo en cuenta que Lhasa está a una altura de 3.650 metros sobre el nivel del mar la cadena de Hong Kong propietaria de todos los hoteles paraíso Shangri-La ha tenido el detalle de concebir una sala como una inmensa burbuja de descompresión en el que el confort también está garantizado por el oxígeno del interior y una presión similar a la del nivel del mar. El resto de la inmersión en la experiencia de disfrutar de un auténtico paraíso perdido en el Tibet es una larga lista de detalles y atenciones, desde el recibimiento con el tradicional pañuelo blanco de seda "hada" y la cebada que se lanza a tu llegada para desearte una gran cosecha (prosperidad) en los “chema” (cuencos), el té de mantequilla de Yak que encontrarás al llegar a la habitación, hasta las canciones tibetanas que interpretan los empleados con instrumentos tibetanos. Si has estado aplazando un viaje al Tibet porque aunque te despierta la curiosidad temes los rigores de la altura y el clima y sospechas que no encontrarás un alojamiento adecuado a tu acostumbrada comodidad, de la altura y el frío no te vas a librar cuando salgas a conocer todo lo que el Tibet tiene de interesante, pero podrás apagar esa curiosidad en el mejor de los entornos, un paraíso que es una ventana a un mundo tan antiguo como lejano para nosotros. Algo que sin duda James Hilton no concibió cuando escribía su novela, pero que hubiera disfrutado de buen gusto.

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