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América Norte

Calico, una ciudad fantasma en la Ruta 66

Se fundó en 1881 como pueblo minero y décadas después fue abandonado

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Una de las rutas más míticas de todo el mundo, la Ruta 66, esconde entre su recorrido numerosos destinos cuanto menos singulares y originales. El mítico trazado que durante décadas han realizado moteros de todo el mundo atravesando Estados Unidos prácticamente de Este a Oeste -algunos conduciendo una Harley o montados en un coche con décadas de historia- sigue siendo una de las más atractivas y sorprendentes del continente americano. Unas dos horas antes de llegar al destino final de la ruta: el muelle de Santa Mónica, en la ciudad de Los Ýngeles, se encuentra un pueblo muy curioso. Está cerca de Barstow, una parada muy conocida, y se llama Calico. Nada más entrar en él, parece que uno se encuentra en uno de los antiguos pueblos del oeste en el que los vaqueros caminaban con la mano siempre cerca de la pistola, bebían whisky solo y retaban a cualquiera que les dirigiera una mirada desafortunada. Calico es muy pequeño y bien podría ser el decorado de cualquier película ambientada en el lejano oeste. Al caminar por él, da la sensación de que de cualquiera de sus casas va a salir el Sheriff, vamos a encontrar un cabaret o incluso al mismísimo Clint Eastwood en uno de sus míticos spaguetti western. Calico se encuentra a las puertas del desierto de Mojave, uno de los más áridos del mundo. Y, en sus orígenes, era un pueblo minero que se creó en el año 1881 tras la aparición en el lugar de unas minas de plata. Por este motivo, en la ciudad llegaron a habitar 1.200 personas, en ella había 22 salones en los que la población tenía sus momentos de ocio e incluso su propio Chinatown. Es decir, se trataba de un pueblo con una intensa vida tanto laboral como recreativa. Pero los problemas empezaron a surgir en el año 1907, cuando la actividad minera –en esa época tan cambiante- se trasladó hacia el Death Valley y la mayor parte de los habitantes, mineros, se quedaron sin trabajo ni forma de ganarse la vida. Calico también sufrió en primera persona el descenso del precio de la plata, por lo que no se continuó excavando en las minas que se habían creado y finalmente, en 1929 el último habitante del pueblo se marchó de él, quedando abandonado. Décadas después, ya en 1951, uno de los mineros que había trabajado en Calico, llamado Walter Knott, decidió hacerse cargo de Calico y compró las tierras y reconstruyó algunos de sus edificios. Su objetivo era que los visitantes y turistas que se acercasen a él contemplaran Calico como era en su época de mayor esplendor, a pesar de que el pueblo seguía sin estar habitado. De esta forma, se convirtió en un pueblo fantasma que pasó a ser considerado un parque regional. Aquellos que hacen un alto en el camino para visitarlo, deben pagar una entrada para verlo. Y, en las calles de Calico se encontrarán 30 edificios de madera –de los cuales solo diez son originales de la época, el resto han sido construidos posteriormente-. Entre ellos un salón, una escuela, unos establos, una herrería y hasta una tienda de alimentación. También se puede visitar la mina y ver las casas de los entonces mineros, que vivían muy cerca de las excavaciones. Una visita singular para hacer un alto en el camino si estás visitando la zona o si tienes pensado llevar a cabo la Ruta 66. Sin duda, Calico es el mejor lugar para sentirse un vaquero del oeste y hacerse fotos inolvidables.

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