"¿Cómo te sientes tratada tú por la hostelería, por la restauración? ¿Cómo se comportan los restaurantes frente a una persona que tiene un problema como tú?", pregunta Alberto Chicote a Lidia. Ella es alérgica a la proteína de la leche de vaca y asegura en ¿Te lo vas a comer? que tiene que enfrentarse al menos dos veces al año a una reacción anafiláctica grave. Por eso lleva consigo siempre su kit de supervivencia: 4 inyecciones de adrenalina que le dan 20 minutos de margen para llegar al hospital cuando esto ocurre. "Me moriría si no la llevara", asegura ella.

La conclusión de Lidia es que el personal hostelero tendría que ser más empático. "Entiendo que tienen su carga de trabajo, pero al final están dando un servicio y la persona que te está diciendo que tiene un problema, en este caso, una alergia alimentaria, espera que se adapte a su situación. Hay gente que sí lo hace, pero otra que no", responde.

Armada con una cámara oculta se atreve a acudir a tres restaurantes para evidenciar en ¿Te lo vas a comer? la dura situación a la que tienen que enfrentarse las personas con alergia cuando comen fuera de casa.

Su primera experiencia no comienza con buen pie. El camarero asegura que nada de la carta lleva leche... bueno, el risotto, sí. En su lugar, le ofrece salmorejo. "Supongo que llevará pan. ¿El pan lleva leche?". El hombre asegura que el pan no lleva leche. "No se hace con leche, se hace con harina", le dice con tono paternalista. "Algunos sí llevan", insiste ella. Lo mismo ocurre con el chorizo. "No lleva leche nunca. Yo sé un poco de cocina y el chorizo con leche como que no pega", afirma con contundencia. "Ya, pues yo que soy alérgica a la leche no puedo tomar casi ningún chorizo. Por eso me sorprende". El remate llega cuando le pide la carta de alérgenos y le dice que no tiene.

"Yo es que si tomo leche me puedo morir. De hecho, llevo adrenalina. Entonces, lo que usted me diga", le explica. Es ahí cuando la actitud del hostelero cambia de actitud. "Así me da cosa darte de comer", acaba reconociendo.

En el segundo restaurante no tiene tampoco suerte. "Ay, Dios mío", exclama la camarera cuando le explica su grave alergia. "La salsa brava lleva leche", le indica, acertadamente. "El cazón adobado va a la freidora donde va todo". A pesar de que en este lugar saben lo que se están jugando, no poseen carta de alérgenos. Tampoco tienen el etiquetado de los embutidos.

Último intento. Lidia pregunta rápidamente por la carta de alérgenos. Los profesionales confunden su alergia a la proteína de la leche de vaca con una intolerancia a la lactosa. "Dentro de la carta no hay absolutamente nada que tenga leche salvo lácteos del queso", comenta el jefe del local. Pero ella no está convencida. Se está jugando la vida y no le dan las garantías necesarias. "En ninguna de los tres te has sentido segura para comer", resume Alberto Chicote cuando vuelve a encontrarse con ella.