La policía acude a un domicilio en el que un niño de cinco años se encuentra solo, y está asomado a una ventana. Una vecina les ha requerido, quien ha informado sobre la habitualidad con la que la mujer se va de copas a la noche.

Llegan y suben hasta la entrada del piso. La puerta está cerrada. Otro compañero, que ya se encontraba, explica que el niño ha dicho que hay una persona mayor con él que no es su madre. Suponen que será una vivienda ocupada por varios arrendatarios.

Hablan con el niño, que se encuentra al otro lado de la puerta. Le dicen que avise a esa persona. Timbran varias veces, pero no obtienen respuesta.

Comprueban si pueden entrar a la vivienda desde el patio inferior. Otro vecino verifica haber visto al niño asomado a la ventana.

El agente timbra varias veces y da golpes en la puerta para reclamar la atención del adulto que, supuestamente, está. El niño se asusta y comienza a llorar.

Llaman a los bomberos para que saquen al niño desde una ventana. El agente trata de tranquilizar al niño y le pregunta si su madre le ha dejado alguna llave.

En el interior de la vivienda suena un teléfono móvil. El niño lo coge, es su madre. El agente repite varias veces que le diga a su madre que se apresure en llegar. De la conversación, el agente deduce que la madre no quiere ir por miedo a que se la lleven.

Le pregunta al niño si se queda a menudo solo en casa por las noches, a lo que responde que sí.

Llegan los bomberos. Elevan una escalera mecánica hasta una ventana por la que pretenden sacar al niño. En ese instante aparece la madre. Sube hasta la entrada, y habla con el agente. Dice que había salido un rato y que había dejado al crío con su padre.