De 1974 son las primeras imágenes en movimiento de la fiesta que comenzó tres décadas antes por la gamberrada de unos jóvenes. Hablamos con Goltrán, de 82 años, uno de los primeros en lanzar tomates.

"En los orígenes iban por la calle 'cabezudos' para despertar a la gente, entonces íbamos los niños y emprendíamos a tomatazos con ellos", explica Goltrán.

Los demás vecinos de Buñol también recuerdan con cariño y risas cómo era antiguamente la guerra de tomates, porque antes  no había camiones que los trajeran.

"Nos escondíamos y cuando pasaban otros les explotábamos los tomates en la cabeza", explica otro vecino.  Una fiesta que fue creciendo hasta llamarse tomatina, pero se llama así por un motivo en especial.

"Mi padre fabricó un producto que era el ácido salicílico que se empleaba para la conserva del tomate, pero él le llamaba tomatina", explica el hijo del señor que puso nombre a la fiesta.

De esta manera, se fueron sucediendo los años, a tomatazo limpio, hasta que en 1957 se acabó la fiesta. "Hubo un alcalde que se empeñó en que la fiesta desapareciera, y decidimos celebrar el entierro del tomate", explica Goltrán.

Un entierro que se recupera actualmente para dar fin al día más famoso de Buñol, a las 12 de la noche en la plaza del pueblo. Un acontecimiento único después de 50 años.

Ha pasado de ser una fiesta  a la que solo asistían buñolenses a otra más multitudinaria. Unas 22.000 personas de más de 96 nacionalidades diferentes, con un denominador común, acabar empapado de tomate.