En las elecciones de Andalucía celebradas el pasado 19 de junio, cuatro de cada diez andaluces no fueron a votar. Ejemplo: el ganador, el candidato del PP, sacó el 43,13% de los votos. Pero, en población, realmente le votaron muchos menos andaluces: el 23,65%. Cada vez son más los abstencionistas, y muchas veces el patrón se repite. El pasado domingo, el perfil de elector que más se quedó en casa fue el del votante gaditano: un 47%, por encima de la media de Andalucía.

Pero la clave estuvo en las clases bajas, es en esos barrios donde más crece la abstención mientras disminuye en los barrios ricos. Hay que decir que Andalucía cuenta con 11 de los 15 barrios más pobres de España. Por ejemplo, se concentran en Sevilla y Málaga, las dos ciudades más pobladas de la comunidad. Esto se vio en las Tres Mil Viviendas o en Los Pajaritos, dos de los barrios más humildes de Sevilla y de toda España: allí se registró una abstención del 90%.

¿Por qué esa gente no acude a las urnas? Por lo general, no se sienten identificados con ningún partido político y consideran que los líderes políticos tienen una visión elitista, que no les representan, a pesar de que muchos de esos dirigentes presumen de venir desde abajo. Esto, unido a la falta de confianza y de esperanza en el futuro, hace que no se sientan llamados a votar. Pero no es solo en Andalucía, este perfil, esta sensación, se sucede de igual forma en otros puntos de España.

Es el perfil por excelencia en estas elecciones, y por tanto se repite también en otras comunidades autónomas. Pero cuando se movilizan, se nota. Se notó en la Comunidad de Madrid, en unas elecciones en las que la campaña estuvo muy polarizada, con bloques muy divididos. Eso movilizó a la izquierda en barrios tradicionalmente de izquierdas como Puente de Vallecas, Getafe o Fuenlabrada. Allí, la participación creció más de diez puntos. Otro caso, en Castilla y León. Allí no pesaron esas clases sociales como otras circunstancias: el miedo a la sexta ola de coronavirus que estábamos viviendo, junto a una mala previsión meteorológica, hicieron que la gente se quedara más en casa.

Tampoco es el mismo perfil exactamente que el del abstencionista en las generales. En estas elecciones pesa más el hastío político, y lo vimos en las últimas generales de 2019, las segundas en apenas seis meses. No se consiguió formar gobierno y tuvo muchísima importancia el trasvase de votos de ciudadanos a la abstención: más de un millón de personas. Luego, ese motivo lo corroboró el barómetro del CIS postelectoral: decía que un 33% de los abstencionistas estaba harto de la política y de las elecciones.

En segundo lugar, un 22% lamentaba que no existiera una alternativa que les satisficiera. A un 15% no le inspiraba confianza ningún partido, al 12% le daba igual votar o no y el 7,5% se abstuvo para mostrar su descontento (7,5%). Tampoco es el mismo perfil el del abstencionista español que el del resto del mundo. Solo es necesario fijarse en Francia, un país en el que se repite ese patrón de las clases bajas, pero con un perfil más definido: los jóvenes. En la primera vuelta de las legislativas francesas, más de la mitad de franceses se quedaron en casa. En el caso de los menores de 25 años, fue el 75%.