En caso de una victoria electoral de Donald Trump en las próximas elecciones presidenciales, J.D. Vance ocuparía el puesto de vicepresidente, un rol que, a diferencia de España, posee poderes y responsabilidades limitadas por la Constitución. Aunque el vicepresidente no tiene atribuciones constitucionales específicas más allá de presidir el Senado y emitir un voto de desempate en situaciones críticas, su influencia depende en gran medida de la dinámica establecida por el presidente en ejercicio.
Históricamente, el vicepresidente de los Estados Unidos ha asumido la presidencia en nueve ocasiones debido a fallecimientos, renuncias o destituciones del titular. Ocho veces ha sido por muerte o asesinato, fue el caso de Lyndon B. Johnson, quien tomó posesión como el presidente el día del asesinato de John F. Kennedy en el mismo avión que trasladaba el cuerpo; y una vez por renuncia, el caso de Gerald Ford, quien sucedió a Richard Nixon tras el escándalo de 'Watergate'.
Solo 15 vicepresidentes han ascendido a la presidencia. De estos, seis fueron elegidos directamente como presidentes después de su servicio como vicepresidentes. Entre los más destacados se encuentran Richard Nixon, quien fue vicepresidente bajo Dwight D. Eisenhower y posteriormente presidente en 1969, así como George H. W. Bush, quien sirvió como vicepresidente de Ronald Reagan y luego fue elegido presidente en 1989.
Uno de los casos más recientes es el de Joe Biden, quien sirvió como vicepresidente durante la administración de Barack Obama y más tarde ganó la presidencia en 2020. Biden jugó un papel crucial como asesor y defensor de las políticas de Obama, destacándose especialmente en la promoción de iniciativas contra la obesidad y en la gestión de crisis presupuestarias y políticas exteriores.
Sin embargo, este ascenso no es común para la mayoría de los vicepresidentes, quienes a menudo han ocupado un papel más distante y menos prominente en la historia política del país. En los años 60, John Nance Garner, vicepresidente bajo Franklin D. Roosevelt, llegó a describir el cargo como algo que "no vale un balde de orina caliente", reflejando así la percepción tradicional del rol vicepresidencial en la política estadounidense.
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