El 26 de abril de 1986, Chernóbil cambió para siempre. No solo lo hizo esta ciudad ubicada al norte de Ucrania, cerca de la frontera de Bielorrusia; también, el mundo entero. El accidente registrado en la central de Vladímir Ilich pasada la una de la madrugada propició la mayor catástrofe nuclear de la historia, con consecuencias directas sobre la población ucraniana y de países del este, del centro, del norte y del sur europeo a corto, medio y largo plazo. En total, 31 personas murieron en el momento de la explosión del reactor y miles quedaron afectadas por la radiación y la contaminación.
También los animales que habitan aquella zona y las colindantes murieron o quedaron gravemente dañados por el accidente, pero no así toda vida ubicada en aquella zona declarada catastrófica poco después, creando una zona de exclusión de 2.600 kilómetros cuadrados. La vegetación resistió como pudo. Comenzó a recuperar el terreno perdido ante el asentamiento de la civilización en Chernóbil y a día de hoy cubre de un color marrón verdoso la práctica totalidad de esta ciudad fantasma. Pero si humanos, animales y plantas resultaron ser víctimas de uno u otro modo por este suceso, ¿por qué la vida renació ante tanta concentración de radiación?
La respuesta la tiene Stuart Thompson, profesor titular de bioquímica de las plantas en la Universidad de Westminster y autor del estudio 'Why plants don't die from cancer' ('¿Por qué las plantas no mueren de cáncer?'), sobre esta cuestión. Para entenderlo, dice, es imprescindible saber cómo influye la radiación de los reactores nucleares en las células vivas: "Muchas partes de la célula son reemplazables cuando se dañan, pero el ADN es una excepción esencial. En dosis muy altas de radiación, el ADN se distorsiona y las células mueren rápido".
"En animales, esto suele ser letal porque sus células y sistemas están altamente especializados y son inflexibles", expone en su trabajo Thompson, que compara así la biología animal con la vegetal: "Las plantas se desarrollan de un modo mucho más flexible y orgánico. Como no se pueden mover, no tienen más opción que adaptarse a las circunstancias de su entorno". Esto es, su evolución es diferente al de los humanos o los animales: si nosotros contamos con una estructura definida sobre la que nos vamos desarrollando, la vegetación se define según su desarrollo.
Aunque la radiación puede causar tumores en plantas, las células mutadas generalmente no son capaces de extenderse desde una parte de la planta a otras como hace el cáncer"
De una forma más sencilla, las plantas y árboles son capaces de 'estudiar' su entorno para habilitar unas condiciones concretas para su propio desarrollo. "A diferencia de las células animales, casi todas las células vegetales son capaces de crear nuevas células del tipo que la planta necesite. Esto significa que las plantas pueden reemplazar células o tejidos muertos mucho más fácilmente que los animales, ya estén dañadas por el ataque de un animal o por la radiación", argumenta Thompson en su estudio. ¿Eso quiere decir que la vegetación no sufre las consecuencias de un desastre de este tipo?
El experto en bioquímica de las plantas apunta que "aunque la radiación y otros tipos de daño en el ADN pueden causar tumores en plantas, las células mutadas generalmente no son capaces de extenderse desde una parte de la planta a otras como hace el cáncer". Es decir, esa suerte de metástasis no se produce en la vegetación "gracias a la rigidez e interconexión de las paredes que rodean sus células". Y añade: "Tampoco son tumores mortales en la gran mayoría de los casos, porque la planta encuentra maneras de trabajar alrededor del tejido defectuoso".
Evolución de un ecosistema radioactivo
Sabiendo cómo funciona la reacción y el desarrollo de las plantas ante estas circunstancias letales, se plantea la siguiente cuestión: ¿qué sucedió con la vegetación tras la expansión de la radioactividad fruto de la catástrofe de Chernóbil? Atendiendo al informe presentado por la doctora Mona Dreicer y del académico Rudolf Alexakhin -en el marco de las reuniones técnicas de la Conferencia Internacional celebrada en Viena 10 años después del accidente de Chernóbil-, se indicaba que fueron las plantas y los animales "dentro de un radio de 30 kilómetros del reactor" las que recibieron las dosis más altas de radiación.
"En la mayoría de los casos, las poblaciones de plantas afectadas por las radiaciones volvieron a la normalidad algunos años después. Como ejemplo de ello puede citarse una extensión de 3.000 hectáreas alrededor de la central", se expuso en dicho documento. En él se ejemplificaba que, solo dos años después de la explosión, ya se había registrado una mejoría entre las plantaciones de coníferas de la zona dañadas: "Entre 1988 y 1989, ya habían recuperado sus funciones reproductivas".
Esto no quiere decir que la vegetación no se viera perjudicada de ningún modo por un impacto de tales características. Todo lo contrario. En las zonas más cercanas a la explosión del reactor, en un radio de diez a 30 kilómetros, puede decirse que toda vida pereció o quedó severamente dañada; también, la vegetal. Las altas dosis de radiación absorbida por el terreno ocasionó la muerte de los árboles de la zona -principalmente pinos-, unos árboles que además adquirieron un tono marrón, a mitad de camino entre el rojo y el naranja, por las partículas y la descomposición radiactiva.
Esa nube de polvo altamente contaminado dio lugar al llamado 'bosque rojo', una extensión inerte con cantidades significativas de radiación que se convirtió en símbolo de las terribles consecuencias nucleares de la central de Chernóbil. Este 'bosque rojo' se encontraba en la parte más damnificada -llamada 'zona de exclusión' o 'zona muerta'-, delimitada por los científicos según el grado de impacto. También en la 'zona forestal subletal' se evidenciaron daños irreversibles en fauna y flora, si bien en las otras dos -la 'zona de afectación media' y la 'zona de daños leves'-, no se registraron efectos directamente letales, pero sí severos, y se constataron algunas anomalías en los procesos de crecimiento de algunas especies.
En el caso de la zona del 'bosque rojo', a razón de la gravedad del impacto, durante las operaciones de limpieza y descontaminación la vegetación fue derribada y enterrada en un 'cementerio de derroche'. Sin embargo, y he aquí la sorpresa del terreno científico, en 30 años esa zona ocupada por el 'bosque rojo' se regeneró casi por completo, naciendo árboles de hoja caduca, como el abedul plateado, que ahora ocupan el lugar que una vez fue de los pinos.
Una de las mayores reservas naturales
Las devastadoras consecuencias de la radiación en Chernóbil y en miles de kilómetros a la redonda llevó, evidentemente, a la evacuación de la población a zonas más seguras y protegidas. Esto provocó un fenómeno de lo más curioso. Chernóbil, ya convertida en una ciudad fantasma, no murió completamente. La ausencia de actividad humana, unida a la resistencia de distintas especies vegetales al desastre nuclear, llevó a una sorprendente proliferación de flora que fue inundando poco a poco, a lo largo de las siguientes décadas, un territorio que, sin embargo, a día de hoy mantiene puntos muy calientes por la radiación.
Ese radio de 30 kilómetros aún nocivo para la salud de los humanos se ha convertido, no obstante, en un espacio natural cada vez más amplio. "Las poblaciones de muchas plantas y especies animales son incluso más grandes que antes del desastre", expone Stuart Thompson a partir de otro estudio titulado 'Long term census data reveal abundant wildlife populations at Chernobyl' ('Datos del censo a largo plazo revelan abundantes poblaciones de vida silvestre en Chernóbil'). En ese trabajo, llevado a cabo por siete académicos, se concluyó que "la zona de exclusión de Chernóbil alberga una abundante comunidad de mamíferos y flora después de casi tres décadas de exposición crónica a la radiación".
Aunque quedó demostrado que la catástrofe nuclear alteró el ciclo vital de la zona, acortando de forma significativa la vida y el desarrollo de toda vida que componía el ecosistema de la zona, la debacle fue menor a la que se esperaba: "Los datos empíricos a largo plazo no mostraron evidencia de una influencia negativa de la radiación en los mamíferos. La abundancia relativa de alces, corzos, ciervos rojos y jabalíes dentro de la zona de exclusión de Chernóbil son similares a las de cuatro reservas naturales (no contaminadas) de la región y la abundancia de lobos es más de siete veces mayor".
En el informe de Deryabina, Kuchmel, Nagorskaya, Hinton, Beasley, Lerebours y Smith se manifestaba además "tendencias crecientes en la abundancia de alces, corzos y jabalíes de uno a diez años después del accidente". Un resultado en el que tiene que ver, y mucho, la actividad humana, como concluye Thompson: "Por muy dañino que fuera, el accidente nuclear fue muchísimo menos destructivo que nosotros para el ecosistema de la zona. Al alejarnos de allí, hemos dejado espacio para que vuelva la naturaleza".
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