Nos separa el río Ara del núcleo de Jánovas (Huesca). El agua corre con calma mientras sobre las montañas aragonesas va bajando el sol. Para llegar hasta allí hay que atravesar un acceso provisional creado por los moradores del pueblo a la espera de una conexión mejor. La silueta del pueblo nos recuerda a una zona en guerra: ruinas, edificios derruidos y silencio. Pero, a lo lejos, una ventana iluminada se vislumbra. Dentro Jesús, la primera persona que nos encontramos. También, de las últimas en abandonar Jánovas.

"Les molestábamos ahí. Les corría prisa". Así nos explica Jesús Garcés cómo vivió la expropiación de la casa en la que vivía en el pueblo. Una casa compartida por sus padres y sus hermanos. "Hoy tienen que entregar las llaves y si no lo hacen por las buenas lo haremos nosotros": era 19 de enero de 1984 y un guardia civil se presentaba en la puerta de su casa de esta manera. Su familia y él habían aguantado y esperado cerca de 20 años, prácticamente solos en Jánovas, a que les echaran. Resistían y había llegado el momento. Pero esto, que parecía el final, solo era el comienzo para volver de nuevo.

La historia comenzaba en 1951, cuando Franco adjudicó a la empresa Iberduero (actualmente Iberdrola) un proyecto para producir energía y regar los campos en el Valle del Ara. Se haría gracias a la construcción de un pantano que inundaría tres pueblos: Lavelilla, Lacort y Jánovas.

En 1960 comenzaron las expropiaciones. Hasta entonces, la vida en Jánovas "era tranquila, íbamos al colegio a estudiar, jugábamos como todos los niños" recuerda Jesús Garcés. Fue en ese colegio cuando aprendieron que por la fuerza tendrían que abandonar el lugar que los había visto crecer: "Un día entraron en la escuela y sacaron a la maestra a empujones. Dijeron que era el último día que iba a ver clase y nunca más se abrió la escuela". "Nos acribillaron, nos hicieron la vida imposible. Mi padre y mi madre lucharon muchísimo".

Nos acribillaron, nos hicieron la vida imposible. Mi padre y mi madre lucharon muchísimo"

Jesús Garcés, vecino de Jánovas

Poco a poco los habitantes de Jánovas fueron marchándose de sus casas. "Casa que se deshabitaba, casa que dinamitaban o tiraban abajo con sus propias manos". Todo eso es lo que tuvieron que vivir los vecinos hasta que solo quedó una familia, la de los Garcés. Son la imagen de la lucha y la resistencia de Jánovas. Sufrieron presiones por parte de Iberduero, de las administraciones... pero siempre permanecían implacables.

En 1984, cuando Jesús Garcés tenía unos 30 años, Iberduero le prometió a su familia una casa en Campodarbe. Allí tendrían una finca para labrar y un lugar donde poner sus cabras. "Era mentira", dice Jesús. "Estaba todo lleno de estiércol, eso no era una vivienda. Tuvimos que limpiarlo todo y adaptarnos". Allí estuvieron viviendo y rehaciendo una vida que les fue arrancada de Jánovas. La casa que la empresa eléctrica les prometió tuvieron que empezar a pagarla a los dos años, pero ellos ya tenían una casa, en Jánovas, que no podían volver a usar: "Fue duro", asegura.

Fueron pasando los años, pero el pantano nunca llegaba. Las obras avanzaban a muy poco ritmo, tan poco que casi ni existían: "Había un tira-afloja entre el gobierno de Franco e Iberduero; de hecho, en el 84 ya les habían vencido todas las concesiones", explica. "Hacían trampas: llevaban una máquina vieja, para que estuviera allí, así llegaba un notario y veía que había maquinaria 'trabajando', pero eran trampas para que se alargaran cinco años más las concesiones", lamenta.

Tanto se alargó que en 2001 un informe negativo de la Secretaría General de Medio Ambiente rezaba así: "Este proyecto tendrá impactos adversos significativos sobre el medio ambiente, por lo que el órgano ambiental, a los solos efectos ambientales no considera pertinente su construcción". Se ocultó, nos dicen, durante cuatro años.

A nadie durante todos estos años se le ha ocurrido pedir perdón"

J. G.

En 2005 comenzaron las actuaciones de reversión. La Confederación Hidrográfica del Ebro empezó a negociar los precios de los bienes que habían sido expropiados. "Nos pedían el valor de la indemnización a mis abuelos más el IPC, y llegamos a un acuerdo... Mi abuelo se fue con 400.000 pesetas y ahora hemos tenido que dar de entrada 400.000 más el IPC". Es el caso de Raúl, pero cada uno tenía que negociar: "Se estableció un precio simbólico de 1€/m2 para las casas, y para las fincas unos 6.000€/hectárea. Nosotros hicimos justiprecio, pero nos han devuelto ruinas".

Raúl es la tercera generación. No llegó a vivir en Jánovas, sí lo hicieron su padre y sus abuelos. Fueron ellos quienes le trasladaron ese arraigo por el pueblo que duerme a un lado del río Ara. Su familia no pudo pagar el precio total de la casa al completo y solo han podido reconstruir un pajar. Reconstruido con las manos de su padre, él y su mujer, ahora es un apartamento de doble altura con jardín.

Todos los que han querido recuperar sus casas han tenido que seguir una norma de "mantener la estética que rezaba en Jánovas antes de que fuera destruida".

Que no haya nacido allí pero quiera recuperar la casa de sus abuelos tiene un motivo: "Existe algo afectivo con Jánovas, siempre nos ha tirado mucho. No tiene sentido si no que te gastes 200.000 euros en una casa en ruinas, es una apuesta arriesgada". La gran mayoría de veces se hace para reparar una herida que durante este más de medio siglo ha permanecido siempre abierta: "A mi padre le tiraba mucho Jánovas, su cabeza estaba allí el 80% del tiempo, aunque ya no viviera allí”.

Poco a poco van recuperando la historia y reconstruyendo sus hogares, "este es el resultado de todo lo que lucharon ellos", dice Óscar Espinosa. Él es la tercera generación de los vecinos de Jénovas tras la expropiación: "El momento en el que firmamos significó tanto que estás recuperando otra vez la dignidad que un día perdieron", afirma.

Todo lo hacen de su bolsillo y a pequeños bocados. Jesús, por ejemplo, lo va haciendo mano a mano con su esposa sin ayuda de nadie. Raúl ha podido contratar una empresa para que levante de nuevo un poquito de su hogar. Las calles tienen que hacerlas ellos mismos y, gracias a la colaboración del Gobierno de Aragón, que va apoyando económicamente el proyecto de restauración de Jánovas, van tirando. No es suficiente, dicen. Hace poco que tienen luz y agua y ahora están urbanizando las calles.

"Nosotros somos los primeros que estamos invirtiendo tiempo y dinero, somos los vecinos los interesados en volver, pero si no fuera por las ayudas del Gobierno de Aragón sería completamente imposible", dice Óscar, que lanza un llamamiento a la administración central: "Solos no podemos, necesitamos el apoyo incondicional del Gobierno. Como fue tan injusto y no se hizo el pantano, qué menos que hubiera un apoyo y que desde la administración digan 'nos hemos equivocado, lo admitimos, y vamos a poner los medios poco a poco'".

Los vecinos de Jánovas son el reflejo de la lucha incansable, de la unión. La demostración de que la historia debe ser contada y enseñada a todas las generaciones que vengan después. Porque Jánovas no rebla. Pero no lo hizo en la dictadura y sigue, hoy en día, incansable para sellar que juntos siempre se consigue más.