Después, viendo que no descartaba tajantemente el botellón ambulante, le hemos dicho que no queríamos ser menos que Bertín y, ya que del albariño no dejaron ni el corcho, que nos trajera empanada de Moncloa. Veremos si esta promesa electoral sí la cumple y no termina escudándose en el déficit de atún.
En esa conversación, Rajoy ha explicado que está contentísimo con su campaña electoral, que lo pasa muy bien haciéndose selfis y besando a las hordas de mujeres. En Palma ha visitado un mercado y hemos constatado que el público octogenario es el más entusiasta.
Un señor ha conseguido abrirse paso gritando que le quería tocar y dos señoras le abrazaban y le sobaban con la excusa de que le veían más atractivo de cuerpo presente que por televisión. Diga usted que sí, señora, todo lo que sirva para empujar al Presidente fuera del plasma es bienvenido.
Esta campaña, la más plana de cuantas se recuerdan, tiene un doble objetivo: no molestar y no cometer errores. "¿Hará los anuncios de campaña el lunes en el debate?", le hemos preguntado. "Antes, ahí o después", ha respondido. Los mítines de Rajoy son breves y su estrategia es que vayan pasando los días entre susurros y fotos de ensaimadas para no sobresaltar al votante indeciso.
Hay otra gran novedad. Cuando Rajoy era líder de la oposición y las señoras le gritaban "¡guapo!", él respondía con modestia: "Su generosidad no tiene límites". Cuatro años y una mayoría absoluta más tarde, nos ha dejado patidifusos. A la pregunta de si sólo le llamaban guapo en campaña, Rajoy ha respondido: "No me subestimen ustedes". Fin de la cita. Y sobre todo, ya tal.