Leo llegó a la Calle Tarragona de Barcelona hace 20 años. Su contrato se ha ido renovando cada lustro hasta que este mes le ha llegado una notificación que le cambiará la vida: "me tocaba renovar en junio y me dijeron que no lo iban a hacer porque le querían dar otro uso al edificio".

Ese uso que alega la empresa Inmobiliaria Gallardo será turístico. Todas las viviendas se convertirán en pisos para el turismo y la forma que están utilizando es que cada contrato que finalice este año no se renovará.

"Yo tengo suerte porque tengo la opción de buscar una alternativa, pero hay muchos vecinos, algunos muy mayores, que no pueden permitirselo"

Leo, inquilino

En una situación está Florina, ella lleva viviendo en este edificio diez años, aunque su futuro lo ve claro y no es aquí, sabe que tendrá que marcharse, dice, "básicamente no te renuevan y te tienes que ir". Ella asegura estar en contacto con los administradores a menudo y nadie les ha avisado de este movimiento.

Es una situación compleja: desde 2018 en Barcelona no se pueden abrir nuevos apartamentos turísticos pero una brecha legal ha permitido que estas 120 viviendas sí lo consigan.

Todo se inicia en 2019 cuando el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña anula temporalmente el Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos, un plan que lanzó la alcaldesa de Barcelona Ada Colau para contener la gentrificación y la turistificación, impidiendo nuevos apartamentos.

En ese momento, Inmobiliaria Gallardo aprovechó la anulación para presentar las peticiones de licencias de viviendas turísticas, algo que el ayuntamiento barcelonés rechazó alegando que la decisión del TSJC estaba recurrida. Pero el giro de guion llega ahora, cuando un juez ha avalado el recurso de la empresa y ha forzado al consistorio a aceptar las licencias. El día a día en el 89 de la calle Tarragona es insostenible, dicen los vecinos. Ruidos, maletas entrando y saliendo... y también, mudanzas.

Teresa, que lleva desde los años 90 viviendo allí está preocupada. En su rellano hay preparada una próxima vivienda turística y teme los ruidos y molestias que le pueden ocasionar. Lo que no le preocupa es su permanencia, dice que a sus 90 años y aunque le queden cinco de contrato, antes morirá y tendrá que seguir aguantando.