LUCES Y SOMBRAS
De gasolina a eléctrico: lo que nadie te cuenta sobre la transición
La cuenta atrás ya ha empezado. En 2035, si no cambian las normas, no se podrá vender ni un solo coche nuevo con motor de combustión en la Unión Europea. Sobre el papel suena sencillo: cambiamos gasolina por electricidad, bajamos las emisiones y todos tan contentos. Pero como casi todo lo que suena a utopía, la realidad es bastante más enrevesada. ¿Está el mercado preparado? ¿Y los coches? ¿Y nosotros, los conductores?

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La cuenta atrás ya ha empezado. En 2035, si no cambian las normas, no se podrá vender ni un solo coche nuevo con motor de combustión en la Unión Europea. Sobre el papel suena sencillo: cambiamos gasolina por electricidad, bajamos las emisiones y todos tan contentos. Pero como casi todo lo que suena a utopía, la realidad es bastante más enrevesada. ¿Está el mercado preparado? ¿Y los coches? ¿Y nosotros, los conductores?
¿Cómo evoluciona el mercado?
El coche eléctrico ha dejado de ser una excentricidad de early adopters, pero está lejos de convertirse en el estándar. Representan cerca del 6% del parque móvil en España, y en ventas nuevas rondan el 15%. No está mal, pero queda un trecho enorme hasta el 100% que se pretende alcanzar en apenas una década.
Las marcas empujan, los gobiernos incentivan (con más o menos acierto), y los compradores... dudan. Lo cierto es que una buena parte de las ventas se sostiene gracias a ayudas como el Plan MOVES. Cuando se acaban los fondos, la demanda se enfría. Todavía no hay una adopción natural: el coche eléctrico entra más por subvención que por convicción.
No todos los segmentos avanzan al mismo ritmo. En ciudad, donde los trayectos son cortos y hay posibilidad de carga doméstica, empiezan a hacerse hueco. Pero en coches familiares o para trayectos largos, el salto aún cuesta. En el mercado de segunda mano, directamente, el eléctrico sigue sin despegar.
¿Están listos los coches eléctricos?
Desde el punto de vista técnico, los eléctricos han mejorado una barbaridad. Hoy día ya no hablamos de juguetes con 100 km de autonomía. La media real ronda los 300, los tiempos de recarga han bajado, y la fiabilidad general es buena.
Pero siguen existiendo limitaciones. La más evidente es la red de carga: en ciudad va creciendo, pero fuera de núcleos urbanos sigue siendo insuficiente. Muchos puntos están averiados o tardan una eternidad en cargar. Y si no tienes plaza de garaje con enchufe, la cosa se complica.
Luego está el tema del precio. Aunque cada vez se acercan más a sus equivalentes de combustión, siguen siendo más caros. Y aunque recorrer un kilómetro salga más barato con electricidad, el desembolso inicial sigue frenando a muchos.
Por último, persiste la incertidumbre sobre la batería. Aunque los fabricantes prometen entre 8 y 10 años de garantía, nadie sabe muy bien qué pasará con un coche eléctrico cuando cruce la barrera de los 200.000 kilómetros. ¿Merecerá la pena cambiarle la batería? ¿Habrá mercado para venderlo?

¿Y el conductor?
Aquí viene el gran olvidado del discurso oficial. Se da por hecho que el conductor se adaptará sin problemas, pero no es tan sencillo. Muchos aún no saben cómo se carga un eléctrico, cuánto tarda, qué diferencia hay entre carga lenta y carga rápida, ni cómo afecta el clima o la velocidad al consumo.
Tampoco están todos preparados para el cambio de hábitos. Un coche eléctrico requiere planificación: saber dónde cargar, cuándo hacerlo y cuánto tiempo te va a llevar. No es llegar, llenar el depósito en cinco minutos y seguir. Si vives en una casa con garaje y punto de carga, perfecto. Si no, la cosa cambia.
En España, la mayoría de viviendas no tienen acceso directo a un enchufe. Los cargadores públicos no abundan, y muchas veces ni funcionan. Si aparcas en la calle, el eléctrico se convierte en una carrera de obstáculos.
¿Y en 2035 qué?
Para entonces, la infraestructura debería estar a años luz de lo que tenemos ahora. De lo contrario, lo único que se conseguirá será congelar el mercado. El parque móvil envejecerá, los coches de combustión durarán más de la cuenta, y las emisiones seguirán ahí, porque el usuario no habrá podido dar el salto.
La transición no se hace solo con normativas ni con tecnología. Hace falta un mercado maduro, coches accesibles, redes de carga funcionales y, sobre todo, conductores convencidos. Si no, no habrá transición. Solo retraso.
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