Cuando era pequeño, visualizaba mi futuro poniéndome metas a través de acontecimientos que estaban por venir. Así, pensaba: "En los Juegos Olímpicos de Sídney del 2000 tendré 20 años y seguro que habré dado la vuelta al mundo". El caso es que al llegar a esas fechas sentía cierta decepción porque nunca había sucedido aquello que tenía previsto.

Parecía que me había entretenido en otras cosas, cosas mucho menos importantes que las grandes metas de mi existencia, claro. Han pasado veintitrés años desde que no di la vuelta al mundo y leo esa afirmación que recorre Internet como una puñalada trapera: "Nunca vas a ser tan joven como en este preciso instante".

En un mundo de ansiedad adosada al cuerpo qué más da un poco más de urgencia, ¿no? ¿A qué podemos aspirar cuando sabemos que todo está en constante extinción? Que la vida se pasa volando solo te enteras cuando ya es tarde. Dices, oh, vaya, pensé que tendría más tiempo, pero resulta que no.

Resulta que la mayoría de nuestro tiempo no nos pertenece. Lo tenemos endeudado desde incluso antes de nacer en este sistema. ¿Cuánto tiempo lo pasamos haciendo cosas que no deseamos hacer? Mucho. Solamente algunos pocos privilegiados hacen lo que quieren; el resto le arañan minutos a las obligaciones, el cansancio y la frustración para sentir que siguen con vida, que a pesar de todo, viven.

Cuando eres joven, piensas que ya mejorará, pero la realidad es que muchas veces no lo hace. A veces sigues en la misma trampa vital, solo que eres mayor y vas perdiendo ese entusiasmo del que se habían servido para explotarte. Ya no sirve el consuelo de "todavía eres joven". No, no lo somos.

Y, la verdad, que jode un poco, jode darte cuenta que solo dejarás de trabajar cuando "ya no seas joven", cuando te hayan exprimido y te condenen a que tu identidad sea el trabajo, a que "seas" trabajo y que cuando acabe no sepas quién eres. Hay gente que se jubila y se muere. Así de injusta es la cosa de producir y consumir.

Hacerse mayor supone tener que asumir que no darás la vuelta al mundo, que hay gente a la que no podrás ver nunca más aunque lo desees, que a veces no podrás decir que no o que sí, que tu piel se va a llenar de manchas y arrugas. Supongo que la calma consiste en aceptarlo y aún así no dejar que la rabia por lo que no pudo ser te invada. Decir que además hubo amor y alegría, que no fue de la manera que pensamos, pero fue.

En los Juegos Olímpicos de París tendré 43 años. No hay nada seguro.

Y menos mal que es así.