"Los políticos somos seres humanos". Así se despedía Jancida Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda,al decir que no se presentaría como candidata a presidir de nuevo su país en las próximas elecciones. No hay una enfermedad que la aparte, es además la primera ministra más joven del mundo, con una carrera por delante. No era esta mujer tan ambiciosa (perversa, mala, de la que desconfiar) como para llegar a un lugar al que pocas mujeres llegan y ahora no seguir luchándolo con uñas y dientes. Qué es lo que falla aquí. Pues que a veces renunciar a los lugares que otros desean para desmitificarlos es un ejercicio de honestidad con la realidad y con uno mismo.

Las declaraciones de Jacinda hablan de su vulnerabilidad ("no puedo más") cosa que en política está prohibida porque si te muestras vulnerable, si muestras tus puntos débiles, entonces el "enemigo" podrá destruirte con más facilidad. Eso no es así. En la política las mujeres han tenido que asumir la voz de los hombres porque esta es la única que tradicionalmente ha tenido el poder. Solo adoptando esa masculinidad serían escuchadas. Incluso han tenido que performarla con más ahínco para ser "tomadas en serio". Es tan dura como un hombre, es igual de capaz, no es alguien voluble como las demás mujeres, es la dama de hierro, la mujer que no duda, que es tan profesional que puede ser como un hombre, suplir esa falta de "fuerza" con un sobreesfuerzo en la dureza. Además hacerlo con desdén hacia otras mujeres: Puedo hacer lo mismo que hace un hombre, a mí nadie me ha regalado nada, no soy una quejica como esas que quieren días por tener la regla, yo soy profesional, a mí no me duele nada, a quién hay que matar. Así, yo no no tengo un cuerpo (fallido, frágil, imperfecto, fluido, poroso y fracturable) sino que soy un cuerpo inescrutable que al parecer es el único que puede ostentar el poder. Mira cómo aprieto este botón sin ningún tipo de sentimiento ni de emoción. Soy la dama de hierro. Una sobreactuación de la valía que es producto de un mundo que exige a las mujeres que usen la masculinidad para ser leídas como líderes.

Quizás a fuerza de camuflar la responsabilidad tan grande que es los ciudadanos nos hemos acostumbrado a deshumanizar a la clase política. También el desconocimiento de la realidad profundamente hostil que se vive en su interior. La política es quizás de los lugares más salvajes a nivel humano que existen. Todos los que conocemos a gente que se ha dedicado a la política sabemos de sus desgastes, decepciones e incredulidad en el trato. Eso, sumado al odio encarnizado que se recibe, hace casi inhabitable según que lugares. ¿Cómo no entender el no puedo más de Jacinda? ¿Quién humanamente podría soportar eso, qué existencia y qué vida, y no acabar mal?

En un mundo cada vez más individualista en el que el éxito pasa por demostrar que puedes con todo, que nada te afecta se ha comprado ese marco masculino que solo usa el lenguaje de la guerra. Por eso, quizás, lo que necesitamos en política son más seres humanos, hombres y mujeres, que se rompan y que eso no nos produzca desconfianza, sino todo lo contrario: que su humanidad nos haga confiar más. Tal vez otra forma de hacer política es aquella en la que no se insulta, en la que se debaten las ideas, en la que se quiere llegar a acuerdos, escuchar y en la que nuestros representantes en lugar de héroes se muestran como lo que son: gente que no lo sabe todo, que se equivoca y que hace lo que puede con lo que tiene.