Cada vez que llega el verano, muchas personas se preguntan si es buen momento para perder peso. Y la respuesta es un rotundo sí, pero con matices. Porque perder peso no es solo una cuestión de fuerza de voluntad o de pasar hambre -y mucho menos de torturarse en julio comiendo pechuga de pollo con lechuga-. Es una cuestión de enfoque, de estrategia y, sobre todo, de sentido común.
Perder peso no debería depender de la estación del año, pero sí es cierto que cada época tiene sus peculiaridades. En verano cambia nuestro ritmo, cambia nuestra alimentación y cambian nuestras rutinas. Eso puede jugar a favor o en contra, dependiendo de cómo lo gestionemos.
El verano tiene cosas a favor
Sí, has leído bien. Aunque muchas veces pensamos que el verano es una época de excesos, también tiene ventajas muy interesantes si quieres cuidar tu alimentación.
Para empezar, el calor hace que tengamos menos apetito. No apetece tanto un guiso contundente, y en cambio buscamos comidas más frescas, ligeras y rápidas. Esto, si lo aprovechamos bien, puede facilitar muchísimo la pérdida de peso. Los platos veraniegos -como ensaladas completas, frutas de temporada, gazpachos, cremas frías de verduras o pescado a la plancha- son perfectos para cuidar nuestra alimentación sin complicarnos la vida.
Otro punto a favor es que, aunque no lo notemos, solemos movernos más. Paseamos más, vamos y venimos a la playa o la piscina, hacemos escapadas, caminamos al fresco por la tarde o simplemente estamos más activos que en invierno. No hace falta correr una maratón. Estos pequeños movimientos del día a día también cuentan. Y si los sumamos, pueden marcar una gran diferencia.
También es un momento en el que algunas personas tienen más tiempo para ellas mismas. Las vacaciones, la desconexión del trabajo o el cambio de ritmo pueden ser una oportunidad para dedicarle algo de atención a nuestros hábitos, sin las prisas de siempre.
Pero también tiene sus trampas
Claro que sí. El verano también tiene su lado complicado. El descontrol de horarios, las comidas fuera de casa, las cañas con los amigos, los helados con los niños, los bufés del hotel o las 00000pueden acabar convirtiendo tres semanas de descanso en un caos nutricional.
Y aquí está el punto clave: no se trata de prohibir ni de vivir a dieta, sino de tener una estrategia realista. Si todo lo que haces en julio lo vas a deshacer en agosto, no vas por buen camino. Tampoco lo estás si te pasas todo el verano diciendo "total, en septiembre empiezo en serio". Porque septiembre no tiene superpoderes. Lo que cuenta es lo que haces hoy.
¿Cómo lo hago entonces?
Te doy algunas claves sencillas que funcionan. No son milagrosas, pero sí eficaces si las aplicas con constancia.
- No empieces "el lunes que viene". Empieza hoy, aunque sea con un gesto pequeño. Añadir una ración extra de verduras, cambiar un refresco por agua, salir a caminar 20 minutos… lo importante es moverse en la dirección correcta.
- Come ligero, pero come bien. No se trata de comer menos, sino de comer mejor. Que tus platos sean sencillos no quiere decir que sean aburridos. Una ensalada de tomate con bonito, unos garbanzos con pepino, menta y limón, una brocheta de pescado con verduras… Hay mil opciones. El verano es una oportunidad para reconciliarse con la cocina fácil y saludable.
- Planifica, incluso en vacaciones. Si sabes que vas a comer fuera, puedes hacer un desayuno más ligero o elegir una opción saludable en el restaurante. Si sabes que esa noche hay cena copiosa, compensa durante el día. No se trata de castigarse, sino de equilibrar.
- Haz actividad física, aunque sea en modo verano. No hace falta encerrarse en un gimnasio. Caminar por la playa, nadar en la piscina, jugar con los niños, bailar en una verbena o simplemente subir escaleras en lugar de coger el ascensor. Lo importante es moverse de forma regular, sin obsesionarse.
- Cuida también tu descanso. Dormir poco o mal puede alterar tus hormonas del apetito y hacerte comer más. Aprovecha que los días son más largos para organizar tus horarios, evitar cenas muy pesadas y descansar mejor.
- No todo es la báscula. A veces mejoras tu alimentación, te sientes con más energía, tu ropa te queda mejor… pero el peso apenas se mueve. Eso no significa que no estés haciendo las cosas bien. Perder peso es un proceso, no una carrera. Y lo que cuenta no es el número en la báscula, sino el cambio de hábitos que estás consolidando.
Y, sobre todo, no te castigues
Esto es fundamental. Perder peso no puede ser sinónimo de sufrir. Si te pasas un día, si comes un helado o si te tomas unas tapas con tus amigos, no has fracasado. Has disfrutado. Y eso también forma parte de una relación sana con la comida. Lo importante es que al día siguiente sigas cuidándote. Sin culpas. Sin extremos.
El verano no es enemigo de la salud. De hecho, puede ser un momento ideal para reconectar contigo, con tu cuerpo y con lo que de verdad necesitas. La clave está en encontrar el equilibrio entre el disfrute y el autocuidado.
Así que sí, perder peso en verano es perfectamente viable. Pero no desde el castigo ni desde la obsesión, sino desde el cuidado. Porque cuidarse no es solo contar calorías. Es quererse un poco más cada día.
Y eso, créeme, se nota. Se nota mucho más que los kilos.