Esto no necesita mucha explicación. El cuerpo humano viene a ser como un coche: o le echas gasolina, o no se mueve. Si le pones un combustible de buena calidad, el motor te durará más y visitarás menos el taller mecánico. Si circulas en reserva, lo mismo te quedas tirado. Y si tienes un coche diésel y le echas gasolina, prepárate para un susto y una avería costosa.

Nuestra gasolina es la comida. Al comer ingerimos todos los nutrientes que nuestro cuerpo necesita para realizar sus funciones metabólicas y el resto de actividades que queramos realizar. Para entendernos, las funciones metabólicas son todos esos procesos que el cuerpo hace de forma automática, sin que tengamos que pensar, y que le sirven para funcionar: respirar, hacer la digestión, fabricar hormonas, mantener el calor, conservar y renovar las células de los órganos… La energía (o sea, las calorías) que se consume para todo eso es que lo que se conoce como metabolismo basal y en un adulto sano supone entre el 50 y el 70% de todo el gasto energético del día.

El resto de la energía la empleamos para realizar todo lo que nos marca nuestra agenda cada día (ir a trabajar, estudiar, asistir a una reunión de vecinos, la clase de spinning, celebrar un cumpleaños, montar un mueble de Ikea…). Por eso hablamos de nutrición y no de comer sin más, porque la dieta (entendida como un conjunto de comidas) asegura una serie de funciones vitales de la que dependen otras muchas. Y todo esto va a depender de las calorías (la gasolina) y los nutrientes que comamos (algo así, como el lubricante, el líquido de frenos, el del climatizador, el del limpiaparabrisas…). En los próximos capítulos veremos cuál es la función de cada uno de ellos. Por ahora quédate con que necesitamos calorías y nutrientes. Esta regla vale tanto para atletas olímpicos, como para personas corrientes y molientes como tú y yo.

¿Cómo podemos hacer que para que ese mecanismo funcione bien y nuestro cuerpo vaya como un bólido? Fácil: comer bien, variado y equilibrado. Sin pasarnos ni quedarnos cortos, entendiendo pasarnos por ponernos tres platos de fabada con copete y quedarnos cortos, probar solo media alubia. Como decía Aristóteles (y todas las madres, que en esto de la comida siempre son bastante cabales), en el término medio se encuentra la virtud. Cuando te toque comer, tómate tu plato y disfrútalo sin angustias.

Y, por supuesto, nada de estar todo el día contando calorías, hidratos de carbono o vitamina C como si fuéramos azafatas de un concurso sumando puntos.

¿Es cierto eso de que hay personas que adelgazan sin moverse del sillón?

Así dicho suena a magia potagia, pero no es exactamente así. Ya hemos visto que el metabolismo basal es lo que el cuerpo gasta en términos de energía (calorías) para realizar sus funciones vitales y que sigamos vivos. Pues bien, ese consumo de calorías lo podemos ampliar con actividad física que conlleve un cierto desgaste muscular (puede ser una clase de crossfit, una excursión de varios kilómetros por la montaña subiendo y bajando riscos, pintar la habitación o ayudar a realizar una mudanza).

Al terminar la actividad y derrengarnos en el sofá, el cuerpo lanza un mensaje de alarma a su brigada de reparación del tipo ‘hoy ha habido desgaste, hay que reparar urgentemente los músculos y fortalecer por si mañana viene una paliza similar’. En este proceso post ejercicio, mientras tú te limitas a empuñar el mando a distancia de la tele, tu cuerpo, aunque no lo creas, se pone manos a la obra para reabastecer el combustible almacenado, reparar las células y el tejido muscular dañado y reestablecer el equilibrio hormonal para que volver a su estado normal. ¡Casi ná, que diría mi madre!

Como te puedes imaginar todo eso necesita consumir energía. Este proceso se llama ‘exceso de consumo de oxígeno post-ejercicio’ (EPOC) y es lo que los entrenadores suelen mencionar como ‘efecto afterburn’, que los muy ladinos suelen añadir como ‘seguirás calorías después de salir de clase’. ¿Qué tiene que ver el oxígeno? Pues que para quemar esas calorías hace falta oxígeno, igual que tu coche para quemar gasolina necesita oxígeno (si no tiene suficiente ‘aire’, se ahoga y se acaba calando). ¿Y cómo notas que estás consumiendo más oxígeno y, por tanto, quemando esas calorías extra? Es fácil: verás que, aunque estés en el sofá sin apenas parpadear, tu corazón late más deprisa que otros días. Conclusión: sí, puedes quemar calorías sin moverte del sillón, pero siempre que antes hayas hecho ejercicio intenso. Ah, empuñar el mando a distancia para seleccionar algo en Atresplayer no cuenta como actividad física reseñable.

Cada alimento tiene una composición diferente y aporta nutrientes diferentes: unos llevan más proteínas, otros destacan por sus vitaminas, otros van cargados de hidratos de carbono, etc, así que hay que comer lo suficiente cada día y cuanto más variado, mejor.