Hubo una generación -la misma a la que yo pertenezco- que no luchó. Por eso se perdieron tantos derechos. En buena parte, la culpa la tuvo la entrada masiva de heroína en España. Vamos a contar el momento histórico.

Porque tras la muerte de Franco, y durante ese periodo que se denominó 'Transición', se forjaron herramientas de resistencia y también de conciencia social como lo fueron las asociaciones vecinales y el movimiento asambleario. Se vivía un momento esperanzador entre lecturas marxistas, discos de Paco Ibáñez y manifestaciones contra las centrales nucleares.

Eran tiempos de ecología, de bienes comunitarios y compañerismo; eran tiempos vivos en los que se proyectaba una sociedad igualitaria, plena de colorido, frente al gris marengo de un franquismo totalitario que había quedado enterrado en el Valle de los Caídos. Eran tiempos de inocencia que se irían perdiendo a golpe de pico. Llegados los años 80, la heroína puso a nuestra generación a los pies del caballo.

De eso va el libro que ha escrito Justo Arriola y que publica la editorial Txalaparta. Se trata de un extenso trabajo que arranca con ejemplos de dominación colonial. El alcohol para reducir la rebeldía indígena, así como el opio para acabar con la insurgencia china, son precedentes históricos de lo que supuso la entrada de la heroína en nuestro país.

El filtro para la entrada de la heroína iba a ser la llamada contracultura. Sin ir más lejos, las publicaciones alternativas de entonces, y que se hacían desde la izquierda porrera siempre con la vista puesta en los movimientos underground americanos, nos mostraban a un Lou Reed dándole al pico como ejemplo de libertad. Era caminar por el lado salvaje de la vida, algo que molaba mucho. Eso era lo 'dabuten', y si no lo hacías eras un pringao. Había que colocarse y estar al loro.

Esto, sumado a la baratura de las primeras entregas del polvo asesino, supuso el enganche de buena parte de la juventud. Así, poquito a poco, se fueron desmantelando las asociaciones vecinales y el movimiento asambleario. Del "¿Nuclear? No...gracias" se pasó al "¿Tienes algo pa'ponerme a gusto?" Las cosas cambiaron en pocos años. Nuestra generación ya no estaba por la labor de transformar el mundo. Ahora el mundo estaba contenido en una chuta. Una vez que bombeaba en la sangre, la revolución quedaba esterilizada.

Yo viví aquellos años, sé de lo que hablo, y aunque nunca me gustó lo de castigarme el macarrón, sentí el vacío a mi alrededor por no querer hacerlo -no sé si me explico-. Fui un marginado dentro de la marginación, un tipo solitario, entregado a dar largos paseos alrededor de una ciudad habitada por muertos vivientes. Madrid, años 80.

De vez en vez, recuerdo aquel Madrid que se dejó conquistar lo más sagrado, su juventud, su capital revolucionario. De eso trata el libro de Justo Arriola, titulado 'A los pies del caballo', del acuerdo estatal entre las mafias y ciertos sectores de nuestras instituciones que, con ayuda de las fuerzas de represión directa, programaron la esterilización revolucionaria de una generación; mi generación. La primera generación de la democracia.

Como no podía ser menos, el libro se extiende en lo que respecta a la zona más castigada por la heroína: el País Vasco. La izquierda abertzale fue el objetivo del plan y, con ello, se mantuvo una guerra abierta entre los narcos y ETA. También se señala al coronel Galindo como presunto delincuente, no sólo por pertenecer al llamado GAL verde, sino por mantener relaciones con el narcotráfico para financiar la guerra sucia.

Hablando de todo un poco, el libro desvela cómo se financió el atentado contra Santi Brouard, el médico abertzale al que asesinaron en su consulta. Presuntamente, a sus asesinos se les pagó con jaco, caballo o heroína. Hay que tener sentido crítico para darse cuenta de los planes destructivos de un Estado construido sobre cimientos franquistas. La heroína vino en su ayuda, y un viejo profesor que se dejaba querer por la juventud de entonces, aprovechaba su posición como alcalde de Madrid para proclamar aquello de: "¡A colocarse y al loro!".

Fueron tiempos en los que el valor de cambio se medía en gramos de heroína, y el valor de uso se identificaba con una jeringuilla a estrenar.