"No tendremos un minuto de calma hasta que ganemos las elecciones". Esta frase es de un dirigente de ERC. Se refiere al enfrentamiento abierto que mantienen con Junts per Catalunya, su socio de Govern. No hay tregua ente ambos y no la habrá hasta que se midan en las urnas.

Madrid y el Congreso de los Diputados son los escenarios donde competir a diario por la hegemonía soberanista. Todo lo que hacen y dicen está pensado en clave electoral. Todo tiene detrás una estrategia bien estudiada. Se miran de reojo, se espían y, si pueden, se ponen la zancadilla.

El Gobierno ha sacado adelante este jueves en el Congreso el techo de gasto, paso previo para la aprobación de los presupuestos. Lo ha hecho con la abstención de ERC. Junts, sin embargo, ha votado en contra. Frontal oposición del partido de Quim Torra al Gobierno central tan solo horas después de haberse reunido con Pedro Sánchez en el Palacio de la Moncloa. Y eso que la mesa de diálogo, en teoría, fue bien. Para ERC esta posición es extraterrestre. En Junts dicen que han intentado negociar con el PSOE pero que no les han dado lo que pedían.

El caso es que ambos partidos soberanistas, socios de un Gobierno de coalición, no votan igual en cuestiones trascendentales de la política nacional ni por asomo. No vaya a ser que algún catalán piense que son lo mismo.

En ERC asumen que los de Torra y Puigdemont están deseando que se tropiecen para pisarles la cabeza. Por eso cada movimiento político y cada acercamiento a Pedro Sánchez se hace desde ERC con sumo cuidado y analizando todas las posibles consecuencias. Objetivo: gobernar la Generalitat sin la cabeza de Puigdemont asomando.

La derivada más importante de todo esto es que la gobernabilidad de Sánchez e Iglesias depende de este ambiente de deslealtad que reina en la política catalana. A ERC cualquier posicionamiento en Madrid puede generarle problemas a la hora de lograr sus intereses. Por ejemplo, a ERC, a día de hoy, le parece casi imposible poder apoyar o facilitar unos presupuestos generales del Estado en medio de la campaña electoral catalana. Casi tan complicado como que alguien que no ha corrido más de diez minutos pase por la meta de una media maratón. Y esto es algo que Sánchez tendrá que tener en cuenta cuando presente la cuentas para 2020 ante el Congreso de los Diputados. No podrá hacerlo cuando él quiera. Tendrá que hacerlo cuando ERC le dé la garantía de que las apoyará.

Hay otra competición interesante estos días en el Congreso. La del PNV y Bildu. También dos partidos que en abril competirán en las elecciones vascas. Bildu está empezando a ser un partido "normal" en el Congreso. Es decir, el PSOE se reúne con sus diputados y diputadas, no lo oculta y además deja a los abertzales que presuman de ello en las redes sociales. Bildu está empezando a jugar en la política española.

La formación abertzale lleva muchos años teniendo representación parlamentaria pero nunca antes había tenido el papel que ahora desempeña. El de un partido de izquierdas que, aún siendo independentista, contribuye a la estabilidad de España. Los miembros de Bildu son tenidos en cuenta. Por primera vez hay un gobierno en Moncloa que no los ignora o los trata como terroristas. Bildu está sabiendo aprovechar esta situación. Ya no es solo el PNV quien puede conseguir avances para los vascos. Ahora ellos también empiezan a tener una cierta posición en el tablero político. Si saben hacerlo, podrán presentarse ante sus electores con una hoja de servicios.

En el PNV miran de reojo esta nueva relación. Entienden que ha llegado el momento de que se produzca pero exigen a los socialistas que cumplan con lo pactado en la investidura: cualquier acuerdo que afecte a Euskadi debe notificarse al PNV. A los de Sabin Etxea no les gusta el juego sucio ni la deslealtad. No se olvidan con facilidad de las traiciones y en el PSOE saben cómo les gusta hacer política.

Así que, estos días, además de estar entretenidas con el Gobierno de coalición, también estamos atentas a las batallas electorales que se juegan en Madrid. Porque nunca antes un Gobierno de España había dependido tanto de tantas fuerzas nacionalistas. Si pensaban que la estabilidad había llegado, no se hagan ilusiones. Cuando no es una urna es otra.