La ciencia sabe que el ojo del huracán es lugar tranquilo. Con las cortes disueltas la tormenta está fuera, en la campaña. Dentro, en el Congreso, reina una extraña calma. Solo policías, ujieres y periodistas cuidan ahora de los leones. Los pasillos, vacíos de diputados, son un eco fantasmagórico de corrillos y canutazos.

8 de cada 10 diputados se estrenarán en la próxima legislatura. Es posible que muchos de ellos solo hayan estado en el hemiciclo durante la jornada de puertas abiertas.

De los que se van, la gran mayoría lo hace para no volver, dejan su escaño y enfilan la carrera de San Jerónimo. Años metidos en cajas, decisiones embaladas. Por ahora no tienen monumentos, sus nombres no están grabados en la puerta de ninguna sala, ni placas ni retratos, ni lienzos, ni bustos. Sus escaños ya no les pertenecen y muy pronto servirán para que en ellos reposen, duerman o se agoten las ideas de quienes les sucedan.

José María Barreda, Teófilo De Luis, Celia Villalobos o Jordi Xuclá, por citar algunos, suman casi 100 años de parlamentarismo. Con sus luces y sombras, con sus logros y desaciertos, aúnan las experiencias de más de 36.500 días ejerciendo la profesión de diputado, merecen un crédito, saben de lo que hablan.

Barreda, ya exdiputado socialista, atesora 30 años en la primera línea política y recuerda las palabras de Azaña en 1934: "La política es la actividad más noble a la que se puede dedicar un ser humano".

El popular De Luis también sabe lo que es soplar las velas en el Congreso. Sus contrincantes políticos son adversarios pero también amigos. Ahora, tras 37 años en el Congreso dice adiós, confiesa estar "orgulloso de tener una carrera política, me honra haber sido un político profesional y haber podido alimentar a mis hijos".

Villalobos, diputada popular desde 1986, vive, por primera vez, una campaña electoral lejos de la pomada: "Me doy cuenta de que no se habla de lo que a la gente le interesa, nadie habla de empleo, todo es superficial, líquido, los mensajes importantes no llegan a los votantes".

Xuclá, del Pdecat, disfruta de la campaña desde el calor del hogar: "Por primera vez no reparto papeletas ni caramelos pero la vocación política no se pierde si empezó cuando te eligieron delegado de clase".

Barreda predica con lo que él llama "El undécimo mandamiento" lo tiene grabado a fuego: "No incordiarás". Tampoco Xuclá, Villalobos y De Luis pretenden dar lecciones a los rookies, solo darán consejos a quienes se lo pidan.

Lo que sí desean es que los recién llegados valoren el "honor que supone representar a la ciudadanía", caigan en "la importancia de resolver problemas" con "voluntad, interés y trabajo". Se van todavía enamorados del parlamentarismo pero temen que su pasión se deteriore.

Todos ven al demonio en el populismo, no descartan que asalte el hemiciclo a caballo, que despliegue su artillería. Alertan de una grieta en la democracia si en los escaños se instala la frivolidad, si se confunde lo nuevo con lo bueno, si deslumbra la sorpresa pero no hay nada bajo el envoltorio, si triunfa el enfrentamiento y se entierra el pacto, si la moderación agacha la cabeza y el respeto se ruboriza, si el radicalismo vence a la tolerancia. Si se usan las palabras como puños.

Cuando la crispación entra por la puerta la lógica salta por la ventana.

En otras palabras, las de Celia Villalobos: "Esto no es echar un huevo a freír".

A ser buen diputado también se aprende.

Todos ellos se van, pero la política riega sus venas. Regresarán a la militancia y la que ha sido su profesión pasará a ser una afición.

No pretenden dar lecciones pero quizá ésta sea una buena clase de parlamentarismo. Ojalá todos, en nuestro primer día de trabajo, nos encontráramos en un cajón una lista con las reflexiones de quienes seguramente ya tropezaron en las mismas piedras. La tentación vive arriba y también suele instalarse en el Congreso.