Hoy les voy a hablar de Tatiana. No sabrán quién es, salvo que vivan en Asturias, porque allí quedan buenos periódicos con excelentes reporteros de sucesos que sí le han contado a sus lectores quién era Tatiana. Siguen siendo periodistas: van a los sitios, hablan con la gente, comprueban la información con sus fuentes y cuentan una historia. El resto de los medios apenas se han ocupado de la protagonista de este espacio. Al fin y al cabo, Tatiana era puta y moldava, dos ítems que cotizan a la baja a la hora de ser protagonista de un "caso mediático".

Tatiana Coinac nació en Moldavia en 1978 y murió asesinada en Oviedo el pasado 9 de marzo. En sus cuarenta y cuatro años de existencia, vivió con sus padres, vio emigrar a España a su madre cuando era una niña y logró reunirse con ella hace quince años en la capital asturiana. La madre de Tatiana lleva tres meses sumida en un dolor invivible. La Policía le confirmó el 12 de marzo lo que barruntaba desde tres días antes, cuando su hija dejó de responder a sus llamadas.

Tatiana se convertía en Erika, en Lara o en Anita unas cuantas horas al día, las que dedicaba a su trabajo como prostituta, la forma que eligió para ganarse la vida, pagar su piso, mantener a su gato y ayudar a su madre. Porque Tatiana era una rara avis que no era explotada por ningún tratante de carne humana, sino que todo el dinero que ganaba –veinte euros por una videollamada subida de tono y cincuenta por treinta minutos de sexo– era para ella.

Eso no le libró de topar con Adán, el cliente que la agredió sexualmente con una brutalidad infinita, le partió el cuello y la sumergió en una bañera con la esperanza de borrar las huellas de su crimen. Tres meses y medio después del asesinato, la Policía detuvo al hombre que pensó que Tatiana, por ser puta y moldava, podía ser reducida a la condición de objeto. Porque con lo que no contaba Adán era con que la Policía tratase a Tatiana sin importar que fuese puta y moldava. Muy al contrario, llamaron operación Lev –la moneda de Moldavia– a la investigación de su asesinato y pusieron a trabajar en ella a los mejores investigadores de la Jefatura Superior de Asturias, de la UDEV Central y de la Policía Científica. Y así restañaron una pequeña parte de la infinita y perpetua herida de su madre. Hoy, Tatiana está enterrada en Oviedo y a su asesino le esperan muchos años sin respirar la libertad. Quién se lo iba a decir.