Ángel Pantín preside la Sección VI de la Audiencia de La Coruña con hechuras de juez de Hollywood. Pelo naturalmente teñido de gris, corbatas perfectamente anudadas, camisas con los cuellos impecablemente rígidos y puñetas impolutas en las mangas de la toga.

Durante las sesiones, recorre con una mirada viva todos los rincones de la sala, sin que nada escape a su control. Se cerciora de que el jurado entiende todo lo que está pasando; con un gesto es capaz de hacer callar al espectador que habla a un volumen inadecuado y no permite que ningún testigo se levante de la silla dejando tras de sí alguna ambigüedad en sus respuestas. Si considera que las partes no preguntan lo suficiente, ahí está él para completar el interrogatorio, para lo que no duda en apoyarse en planos o fotografías. La cercanía y el calor que transmite al jurado y a los testigos es proporcional a la distancia y rigidez con la que despacha a todas las partes por igual, sin perder jamás sus maneras exquisitas.

El juez Pantín es el magistrado presidente del tribunal del jurado que decidirá el futuro del autor de la muerte de Diana Quer, pero viéndole en la sala cualquiera diría que está ante uno más de los miles de casos anónimos que se ventilan en nuestros tribunales a diario. Y, con esa premisa, en la cuarta sesión llamó la atención de las partes, a las que pidió que no convirtiesen el juicio en una repetición de la investigación, "como suele ser costumbre", recalcó. Calmado, solvente y didáctico. Así es también Pantín.

Juan Carlos Quer cruza a diario su mirada con la del juez. Los dos son implacables, cada uno en su papel. Al magistrado no le tembló el pulso a la hora de amonestar y de amenazar con expulsar a la madre de Diana, cuando ella confundió el tribunal con un plató. Tampoco dudó en instar a Valeria Quer a abandonar la sala cuando sus llantos alcanzaron un volumen que el juez consideró inadecuados. El padre de Diana acude a diario a las sesiones del juicio, en una rutina que ha convertido en terapia. Sabe bien que la Justicia, hecha carne en el magistrado Pantín, es en lo único en lo que puede confiar para reparar, al menos en parte, la devastadora pérdida de su hija. Cada día, cuando al finalizar la sesión, Juan Carlos Quer abandona la sala y pasa a apenas un metro del asesino de su hija, el juez le sigue con la mirada. Nada se le escapa.