En el mundo de la delincuencia también hay castas y clases. Y entre ellas hay una de verdaderos especialistas, criminales que dedican sus vidas al mismo palo delictivo y que se resisten a jubilarse. Sus ciclos vitales se resumen en la siguiente secuencia: delinquir, ser detenidos, ingresar en prisión, no regresar a la cárcel tras un permiso, volver a delinquir, ser detenidos… Y así hasta que la biología hace su trabajo y mueren, o la naturaleza les obliga a retirarse para siempre.

Son los atracadores de bancos, la estirpe criminal más peculiar de cuantas hay en nuestro país. Casi todos ellos son españoles, acumulan condenas y antecedentes policiales y siguen en activo a una edad en la que sus coetáneos están recorriendo el país con los viajes de Imserso. Son tipos, además, en los que la frase "no tengo nada que perder" es una realidad, lo que les hace extremadamente peligrosos. Si tienen que llevarse a un policía por delante para evitar regresar a prisión, lo harán. Mortadelo, Camacho Chacón, Espada, Tendero, Padilla Córdoba… Todos ellos son representantes de esta estirpe y todos ellos conocen bien al Grupo 12 de la Brigada de Policía Judicial de Madrid, donde han sido detenidos muchas veces.

"En la Brigada –cuenta un inspector jefe– hay expertos en muchas cosas: tráfico de cocaína, delincuencia organizada, homicidios, butroneros… Pero solo hay unos especialistas, los del Grupo 12, los que se dedican a atracos a bancos". Al 12 se llega por elección propia, nadie va obligado. Y se llega para trabajar a destajo, para hacer tronchas (vigilancias) interminables y, sobre todo, para aprender de los veteranos. Allí, desde hace tres décadas, imparte magisterio Mangas, un policía capaz de identificar a un atracador –Camacho– por los pliegues de su oreja y al que los malos llaman por su nombre de pila. Allí estuvo Oso –que hoy da seguridad a la embajada española de un país más que complicado–, capaz de mantener un seguimiento durante una jornada entera sin pestañear. Allí sigue Manu, un exgeo que aporta al grupo el conocimiento táctico de las unidades de élite. Y allí continúan Kiko, Antonio y Sergio, que han recogido el legado de sus mayores para transmitírselo a los que se han incorporado más recientemente al 12, procedentes de Seguridad Ciudadana, Homicidios y Vigilancias. Al mando del grupo hoy está Remo, un inspector procedente de la lucha antiterrorista y Homicidios, un tipo muy listo, que ha sabido leer a la perfección los códigos y las claves de un equipo especial. Son los códigos que fijaron allí sus inmediatos antecesores, Julio y Víctor, los que convirtieron al 12 en una piña, en la que todos reman en la misma dirección, en la que nadie es estrella y en la que los lazos se mantienen cuando la jornada ha acabado. Las pateadas por el monte o las pantagruélicas comidas son también una seña de identidad del grupo. Y a ellas acuden también los antiguos compañeros, que se resisten a cortar los vínculos con "el grupo más eficaz de la Brigada y eso ya es mucho decir", tal y como lo define un antiguo responsable del grupo.

Quizás por esos lazos tan estrechos que unen a los hombres y mujeres que forman el 12, "cuando se ponen en marcha funcionan como un reloj de precisión", como cuenta uno de sus antiguos jefes. Y es que, cuando uno se enfrenta a atracadores de bancos, a verdaderos especialistas en su oficio, nada puede fallar. Y el 12 no falla. Camacho Chacón, el viejo atracador con dos muertes en su currículum, es el último que lo ha comprobado.