Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que los alijos de droga ocupaban espacio en las portadas de los periódicos y en las aperturas de los informativos de televisión. Alijo tras alijo, nos dimos cuenta de que España era el país clave en el tráfico de cocaína, la cabeza de puente que las organizaciones colombianas necesitaban para hacer llegar su mercancía a Europa. Los primeros 500 kilos, a finales de los años 80 del siglo pasado; los primeros barcos que transportaban una tonelada; la imaginación de los narcos, que hizo posible camuflar coca en el interior de cocos, plátanos o piñas… La historia del narcotráfico en España discurre paralela a la de la Brigada Central de Estupefacientes (BCE), la unidad policial más exitosa de Europa en la guerra contra los narcos, una guerra que no es tal, porque como dice uno de los personajes de The Wire –la serie de televisión que ha reflejado de forma más fiel el trabajo de una unidad antidroga-, "las guerras se terminan y esta no va a acabar nunca".

Esta misma semana, supimos que la Brigada Central de Estupefacientes había desmantelado tres laboratorios de producción de cocaína. Solo uno de ellos tenía capacidad para sacar al mercado 500 kilos de droga al mes, un golpe enorme, que apenas ocupó espacio en los medios, acostumbrados ya a que esas incautaciones se hayan convertido en "un día más en la oficina" de la BCE. Alijos de varias toneladas pasan inadvertidos desde ya hace una década, pese a la penosa y gigantesca labor que hay detrás de una foto con miles de kilos. Esperar, vigilar y escuchar. Son los tres verbos que más se conjugan en una unidad antidroga. "Los narcos no son Amazon o El Corte Inglés, que te avisan de las entregas. De hecho, los traficantes formales son los primeros en caer, pero lo normal es que las citas se aplacen, que no aparezcan donde los esperamos… Y eso quema mucho", cuenta alguien que dedicó casi 30 años a conjugar esos verbos. Pero lo normal es que la carrera en estupas no dure mucho. Cualquier parecido con la conciliación o, sencillamente, con una vida medianamente normal es imposible en ese trabajo.

Largas horas de esperas, de escuchas, de vigilancias, aguardando la llegada del cargamento, que puede aparecer de día, de noche, en domingo o en martes. "La especialidad de drogas es el único trabajo de investigación policial en el que son los malos los que te dicen cuándo tienes que trabajar. Ellos mandan, ellos marcan los tiempos y eso, a veces, es desesperante". Habla un veterano, hoy comisario, que ha pasado 29 años en la BCE. Fue uno de los inspectores que participó en la operación Nécora, en 1990, cuando el estado de derecho hizo acto de presencia en las Rías Bajas, donde la alianza de los colombianos con los narcos gallegos había convertido la comarca en una pequeña Sicilia.

Este veterano acumula en su historial miles de kilos de droga incautados como inspector, como inspector jefe de grupo y como inspector jefe de sección. Siempre en la BCE, siempre en las instalaciones de Canillas, en la Comisaría General de Policía Judicial, a cuyo frente está hoy Eloy Quirós, un comisario principal que forjó su carrera en la BCE. Quirós ha participado en las tres detenciones del narco español más importante de todos los tiempos, José Manuel Prado Bugallo, Sito Miñanco. Lo hizo como inspector, como inspector jefe y como comisario. Historias de malos que corren paralelas a las de los buenos.

"El trabajo en estupas tiene una particularidad que lo hace muy especial –relata el veterano-: investigas algo que va a ocurrir, no algo que ha ocurrido. Un investigador de homicidios o de atracos intenta esclarecer un hecho que ya ha pasado, nosotros tenemos que actuar en el momento en el que se produce el hecho, cuando llega la mercancía, cuando se va a empezar a distribuir. Y eso es muy complicado". Paciencia, templanza y, sobre todo, una infinita capacidad de trabajo son las cualidades que deben atesorar los investigadores antidroga. "Eso y muy buena cabeza, muy buena capacidad de análisis para darle importancia a una conversación, a un movimiento que quizás no lo tenía cuando la escuchaste o la viste, pero que cobra importancia después".

"Es una vida penosa, llena de frustraciones, son investigaciones muy duras". Lo cuenta otro hoy comisario, que pasó 33 años en la BCE, la mayor parte de ellos en la especialidad más dura de la lucha antidroga: el tráfico de heroína. Como jefe de grupo, dio a mediados de los 90 los primeros grandes golpes a las mafias turcas que se hicieron con el mercado de la heroína, gracias a su fructífera sociedad con gitanos y quinquis. La heroína que inundaba los poblados y mataba a los yonquis no se contaba en cientos de kilos, como la cocaína: 20 o 30 kilos eran un alijo gigantesco en el lenguaje del caballo. "La heroína no venía en barcos, no llegaba a un puerto en un contenedor. La heroína siempre llegaba en vehículos de cuatro ruedas –coches, autocares, caravanas…- y nunca sabíamos cuándo ni dónde. Y si no llegábamos a tiempo, la droga se esfumaba y vuelta a empezar".

La constancia, la fortaleza y la tenacidad han acompañado durante su carrera a este veterano, uno de los pocos policías del mundo que ha puesto en aprietos a Urfi Cetinkaya, el zar turco de la heroína: "No te puedes rendir nunca, aunque fracases después de estar más de un mes sin librar un día. Porque cuando lo consigues, cuando encuentras los paquetes… No hay nada como ese momento". Hoy, el veterano comisario comanda una brigada que resuelve asesinatos y secuestros, pero sigue añorando los días que libró la guerra contra las mafias turcas, una guerra que tampoco ha acabado.