Estos días se ha hecho viral una imagen que me duele, que nos debería doler a todas las personas después de un año de pandemia, sufrido por todas, de una u otra manera.

La imagen decía así:

"No hemos aprendido nada".

"Nos merecemos la extinción".

Lo de juzgar a todos por los actos de unos pocos se nos da estupendamente bien. Pero no me parece justo después de tantos meses de vida a medias. Y con esto no quiero decir que no me cabreara el sábado viendo las imágenes de las concentraciones en muchas ciudades. Las vi como todos y pensé lo mismo, que era una broma macabra, que no podía ser real.

Me imaginaba la cara de mi amiga enfermera África después de tantas noches de sudar, llorar y sentir rabia e impotencia en la UCI de Málaga. Me imaginaba la cara de miles de familias que no se han podido abrazar. Me imaginaba la cara de los que han sufrido una pérdida por COVID. Me imaginaba la cara de los millones de autónomos que han sufrido el duro golpe de esta crisis económica. Y así tantas y tantas imágenes en mi cabeza.

Pero de ahí a querer el fin de la humanidad. No, prefiero reflexionar. Quiero pensar que eso representa solo a unos pocos y que la mayoría seguimos viviendo con distancia, seguridad y lavado de manos, esperando eso sí, con esperanza y necesidad, que llegue el día que alguien diga: "se acabó, ya pueden salir de su jaula y vivir libres, sin mascarilla". Se me ponen los vellos de punta solo de pensarlo. Y ese momento es la ilusión que nos mueve a seguir siendo responsables.

El 9 de mayo terminaba el estado de alarma y lo que creo que ha faltado es una comparecencia oficial y previa, con consenso político y autonómico, hacia la ciudadanía. Primero para dar las gracias por el esfuerzo de tantos meses, segundo para acompañar a las pequeñas empresas, comercios y servicios, animándoles con el fin del toque de queda a seguir trabajando con los protocolos marcados, pero comenzando a ver la luz de sus negocios. Y tercero para pedir responsabilidad, para recordar que seguimos en pandemia, que solo hay vacunado un 25% de la población y que el riesgo sigue siendo alto.

Pero esto sí que no lo hemos aprendido. Ahora hay comunidades, post fin de estado de alarma, que exigen legislar al respecto a nivel nacional y desde el Gobierno central se habla de inmunidad de grupo en 150 días. Y de nuevo la falta de comunicación y entendimiento. Así que los que creo que no han aprendido nada son los dirigentes de este país, de un lado y de otro.

Porque la responsabilidad de lo ocurrido el fin de semana no es solo de los jóvenes que invaden las calles al ritmo de "hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual…" como si de la final de La Liga se tratara, sino de todas y de todos. De los que no han comunicado bien que el fin del estado de alarma no es el fin de la pandemia, aunque nos pese, de los que no se han responsabilizado de los actos ocurridos, a las puertas de otro fin de semana.

El fin del estado de alarma debería ser una alegría para las familias que hace tanto que no pueden desplazarse para ver a sus seres queridos. Debería ser un respiro para los negocios que llevan tanto tiempo cerrados. Y debería ser la esperanza para todos y todas las que soñamos con disfrutar un poco del verano. Porque a este paso seguimos con la sensación de que nos abren la puerta, pero no sabemos si salir, no sabemos qué hacer o cómo actuar. Porque en este punto se nos cae el alma a los pies de ver que tanto esfuerzo se puede esfumar en dos fines de semana.

Preparen su pijama y su copa de vino Malasmadres que, a este paso, este fin de semana de nuevo tendremos espectáculo en la tele, sin salir de casa.