Entre otras muchas, una de las consecuencias de que las vacaciones se hayan acabado es que volvemos a las obligaciones y los horarios. Los nuestros, y muchas veces de quienes nos rodean. Trabajo, gimnasio, extraescolares de nuestros hijos, tareas del hogar, etc.

Las obligaciones marcan nuestro ritmo de vida y, en muchas ocasiones, la falta de tiempo nos lleva a que no dediquemos el tiempo necesario que se merecen a nuestras comidas. Una reunión, un compromiso, o simplemente, intentar arañar minutos al reloj para llegar al final del día con todo lo que tenemos o queremos hacer cumplido.

¿Cuánto tiempo tengo que dedicar a comer?

Aunque no hay un tiempo mínimo o estándar definido, podemos calcular que las comidas principales, es decir, comida y cena, deberían ocuparnos en el día no menos de 20 minutos. Y los enemigos de este tiempo no solo son las prisas. Distracciones mientras comemos o el estado de ánimo al que lleguemos a nuestra comida también son factores que pueden hacer que más que masticar, traguemos.

Por mucho que nos repitan una y otra vez que hay que prestar atención a lo que comemos y evitar estar distraídos, es verdad que muchas veces, más frecuentemente entre semana, comemos con el "piloto automático" y cuando acabamos la comida del plato no nos damos ni cuenta. Y esto tiene consecuencias para el cuerpo.

¿Qué sucede cuando comemos rápido?

No dedicar el tiempo que se merece a las comidas, a todas sin excepción, está relacionado con dos problemas fundamentalmente: los digestivos y la sobreingesta de comida. Y es que, aunque parezca una frase manida, la saciedad comienza por los ojos. Es decir, con sentarnos en frente de la comida y que nuestro cerebro, a través de la visión, se de cuenta de que ya tenemos comida y que tiene que desactivar los mecanismos ancestrales de ansiedad por búsqueda de comida.

La demostración es muy simple. Pensemos cuando vamos al cine y, para amenizar la película, compramos un menú de palomitas y refresco grandes. Cuando lo miramos y analizamos puede que pensemos "esto no me lo voy a poder acabar", pero la experiencia nos dice que sí vamos a poder. ¿Por qué? Porque empieza la película, nos distraemos y comemos con el "piloto automático" puesto.

Cuando nos queremos dar cuenta nos hemos comido y bebido ese menú enorme. Menú que, en otras condiciones, hubiéramos sido incapaces de acabarlo. Por ejemplo, si estuviéramos en una sala sin distracciones. Sin cine, ni móvil, ni televisión, ni un libro que leemos mientras comemos. No podríamos. De hecho, las personas que comen más lentamente, masticando y saboreando tienden a comer menos. "Me he aburrido de comer" es una frase que suelo oír, a lo que siempre contesto: no es aburrimiento, es saciedad.

Saciedad que solemos confundir con sueño. Cuando tenemos sueño es síntoma de que muy probablemente hayamos comido más de lo necesario. De aquí nace el primer motivo para comer lento: comes menos. Pero el segundo motivo no es menos importante: sueles tener menos problemas de digestión.

Comer rápido se relaciona con digestiones pesadas. Y si lo analizamos, la explicación es sencilla: masticamos menos, por lo que tragamos trozos más grandes que va a costar más digerir a nuestro cuerpo, y, además, tragamos más aire, por lo que se suele acompañar con hinchazón abdominal y con problema de gases. Por este motivo, aunque la recomendación de comer despacio es para todos, las personas con problemas digestivos tienen más motivos si cabe para ejercitar el tiempo que tardan en comer.

¿Cómo puedo aprender a comer más lento?

Puede que no seas consciente de cuánto de rápido comes. Cuando me enfrentaba a un paciente y sospechaba que comía demasiado rápido siempre les hacía la misma pregunta: ¿A qué te sabe el pan, dulce o salado? Normalmente las personas que contestaban salado eran personas que comían muy rápido.

La digestión del almidón del pan comienza en la boca, y cuando este almidón se rompe se convierte en mono y disacáridos, o, dicho de forma coloquial, azúcares. Solo tienes que hacer la prueba: coge un trozo de pan y mastica y mastica hasta que sepa un poco dulce. Ese es el número de veces que deberíamos masticar cada bocado.

Pero hay otros trucos para ayudarnos a no comer con ansiedad. Por ejemplo, posar los cubiertos entre bocado y bocado. De esta manera, gastaremos tiempo dejándolos en la mesa y recogiéndolos para volver a comer. También obligándonos a no cortar un trozo de alimento hasta que no hayamos tragado completamente el que tenemos en la boca.

Para no aburrirnos en el proceso, también podemos practicar el identificar todos los sabores y matices de un alimento mientras lo masticamos, salivamos y tragamos. Descubrir el proceso de cómo cambia de sabor un alimento en la boca es un refuerzo positivo que puede sernos de gran ayuda.

No solo tenemos que fijarnos en nosotros, que también, si no el ambiente que nos rodea influye. Evitar distracciones como el móvil, la Tablet o ver una serie es de gran ayuda. Además, si tenemos la suerte de comer acompañados, el poder disfrutar de la conversación, hablando entre bocado y bocado, además de ayudarnos a comer más despacio hace que cumplamos otro propósito que rodea a la comida: socializar. ¿Cuántas veces hemos comido con alguien, viendo la televisión o una serie, y cuando han intentado hablarnos les hemos mandado callar?