Hace unos días, antes de que cerraran los colegios en toda España, me llama mi primo Jose Manuel (les cuento esto porque estoy convencido de que no lo va a leer, porque estoy convencido de que no lee) y me dice que a la clase de su hijo va un niño chino y que ha dejado de llevar al crío al colegio hasta que el niño chino no vaya.

Después de colgar —encantado de hacerlo— a mi primo Jose Manuel y lavarme la oreja con profusión recuerdo que conocí a ese niño chino en un cumpleaños de mi sobrino, que sus padres son un matrimonio de Teruel muy agradable que lo trajo con muy pocos meses a España y que es un niño encantador con cara de chino que dice cosas como: "A mi padre no le hagas caso, que lleva unos días trasconejado", pero con cara de chino, que siempre hace mucha más gracia.

Me llega un WhatsApp de mi primo Jose Manuel a los pocos segundos, escenas de un supermercado con las baldas vacías. Las baldas están tan limpias que queda claro que han retirado los productos para poder limpiarlas, pero mi primo Jose Manuel me pone: "Compra cosas, mira cómo están las cosas". Cierro el WhatsApp y ahora me lavo los ojos con Fairy para tratar de borrar otro mensaje de los miles de esos que recibo al día: chistes, memes, vídeos, enlaces a noticias de digitales que nunca antes había visto.

Pienso en la película de La Jauría Humana (uno tiene este resorte mental enfermizo de buscar siempre un referente en el que apoyarse en cada situación en la vida. Recuerdo ese pueblo del cinturón de la Biblia norteamericano lleno de gente sensata, educada y limpia que se ve conmocionado por la noticia de que uno de sus vecinos más temidos ha huido de la cárcel y se dirige hacia el pueblo con, probablemente, aviesas intenciones. Recuerdo cómo el veneno se va apoderando de esos ilustres ciudadanos, primero haciendo chistes sobre lo que hará Robert Redford (el fugado) al llegar al pueblo, después con la transmisión, vía pequeños comentarios del miedo a las consecuencias, enseguida con la determinación de que están en su derecho de defenderse el virus que les acecha y alentándose a armarse con todo lo que tengan para ello. Por último con el enfrentamiento a la autoridad (Marlon Brando) cuando este les pide sensatez y que sean las instancias oficiales las que manejen la situación.

Me llega un nuevo Whatsapp, ya no es de mi primo Jose Manuel, es uno de mis jefes pidiéndome que aplacemos la reunión prevista por seguridad y sensatez. Pienso que me parece un gran momento para comportarme como un idiota, que haré todo lo que la sensatez de la colectividad pida, pero que no voy a permitir que nadie mande en mi miedo y que he decidido no tenerlo. Dejaré de ir a reuniones, aceptaré que me anulen viajes, toseré en la parte izquierda del codo, pero no voy a permitir que me metan miedo en cada impacto que me llegue, voy a vivir la histeria de manera insensata y dócil a la vez y, ya ves, pensando que no me va a pasar a mí. Sin acumular aceite de oliva y sin ponerme la mascarilla para coger el metro salvo que lo exijan las autoridades.

La ventaja para mí es que, cuando esto pase, me habré ahorrado todo ese miedo a vivir, la ventaja para ustedes es que, si muero, tendrán un motivo para reírse de mí, por imbécil.