La otra noche, rebuscando en Netflix, encontré una peli llamada Newness. La dirige Drake Doremus, el mismo de Like Crazy, una peli fantástica que trataba sobre las relaciones a distancia. En Newness, Doremus nos descubre la solución definitiva que toma una pareja heterosexual para matar el aburrimiento (redoble de tambores...): el Poliamor. ¡¡¡¡Tacháaaaan!!!!

Y yo aquí me pringo y me sincero y paso ya de la peli: a mí esta pornografía de la honestidad, de la sinceridad y de la comunicación, este contárselo todo, esas normas que hay que cumplir en esta situación de libertad tan en contra de la opresión que produce la monogamia, me vais a perdonar, no la acepto de ninguna de las maneras. No quiero relaciones a tres, ni a cuatro. ¡No!

Tú haz lo que te dé la gana, que yo haré también lo que me pida el cuerpo. Pero tú a mí no me vas a mandar un whatsapp, un miércoles a las siete de la tarde, diciéndome que no vienes a dormir, y te voy a leer yo asada como un pollo, después de gestionar ese día que no puedo parar de comer carbohidratos y que la dieta de la crema de berberechos me ha hecho efecto rebote y peso doscientos kilos más que cuando empecé a hacerla, que ya no he llegado a tiempo este verano. Que me he matado a hacer zumba en el gimnasio escuchando a Juan Magán, y ni por esas. Que he tenido que escribir sobre la diarrea de Albert Rivera y devanarme los sesos para hacerte una reflexión refrescante, chisporroteante, divertida y diferente sobre todo este asunto, en el que de verdad lo único que puedo decir es que Malú será la gran perjudicada, porque acabará como un silbo: es que imagínate, ya hablamos de que era un señor ambivalente. Tú tan solo piensa: ahora soy de centro, ahora soy fascista, ahora soy negro, ahora soy mujer, ahora soy socialdemócrata otra vez, ahora soy liberal progresista. Ahora te quiero mucho Malú, ahora no, no me molestes con tu cante, necesito espacio. Ahora te adoro, ahora me gusta más Niña Pastori. ¡¡¡¡O SEA!!!!.

Bueno, la cosa es que tú no me vas a escribir ese whatsapp un miércoles a las siete de la tarde para decirme que no vienes a dormir después de lo absolutamente agotada que estoy, que no tengo fuerzas ni para coger papel higiénico, figúrate. Fíjate si esto es así que lleva espachurrada en el suelo del baño una crema hidratante de Lâncome desde hace una semana, y solo pensar que tengo que invertir dos minutos en limpiar ese desastre me desestabiliza. ¿Tú te crees que me vas mandar a mí un whatsapp diciendo que no vienes a dormir, y yo al día siguiente te voy a preguntar que si te lo has pasado bien, y tú me vas a responder "sí, cariño"? ¿Pero estamos flipando? Que somos heterosexuales, joder. Que esto ya lo hicimos antes, y no nos funcionó.

¡Que no me cuentes nada! ¡Vamos a ser promiscuos con sensatez! ¡Dejémoslo en relación abierta y muchísimo silencio!

Porque si me lo cuentas -a esta cabeza que tiene el amor romántico incrustado hasta el final, que atraviesa el hipotálamo y llega hasta la glándula pituitaria, y que hace lo posible por deconstruirse, pero tampoco podemos forzar la máquina- llegará una noche en la que, muerta de celos y harta de intentar intelectualizar algo que me llevaría mínimo la mitad de una semana, fuera de control, en pijama, comiendo zanahorias como una desquiciada, fumándome los pitis hechos con tickets del Carrefour porque son las cinco de la mañana y se me ha acabado el papel de liar, me voy a poner yo a escribir whatsapps y a llamar y a dejar mensajes en plan: te puto juro que como no vengas ahora mismo te rallo el vinilo de Father John Misty que te compraste en Berlín, cabronazo.

Mira, QUE A MÍ NO ME DIGAN NADA. No tengo el tiempo, ni el dinero, ni la paciencia. Yo estoy llena de miedos, de inseguridades, me invento problemas todos los días, y no quiero lidiar con esto. Yo no soy una persona que tenga la apariencia de que va a estallar pero nunca lo hace. ¡NO ME DIGAS NADA! ¡¡NUNCA!!