Para ser más sostenibles es fundamental fabricar vehículos más ligeros que reduzcan el gasto energético, aislar viviendas que conserven el calor en invierno y se mantengan frescas en verano, almacenar y transportar productos con un menor impacto medioambiental, reducir el desperdicio alimentario con envases que protejan, aseguren y alarguen la vida de los alimentos, fabricar soportes para las placas solares que sean ligeros y resistentes, construir eólicos más eficientes, con palas de menor carga y mayor envergadura que capten más viento y aumenten el área de barrido para producir más energía por giro... La sostenibilidad empieza con la elección de materiales, y en todos estos casos los plásticos son los grandes aliados.

Los plásticos son indispensables para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible (ODS). Sin embargo, demonizar los plásticos es tendencia. La demonización de los plásticos responde a una mirada incompleta sobre estos materiales que no suele tener en cuenta todas sus aplicaciones. Las críticas se dirigen hacia productos ordinarios que a menudo incorporan plástico de un solo uso. Es ahí donde está el reto de la circularidad, en lograr que los plásticos tengan vidas infinitas, transformando los residuos en recursos una y otra vez. La solución está en el reciclaje.

La Unión Europea ha fijado como objetivo para 2025 que los plásticos en circulación incorporen 10 millones de toneladas de plástico reciclado. En 2019 se produjeron 62 millones de toneladas de plástico en Europa (368 en todo el mundo), así que el objetivo es ambicioso. Según los datos oficiales, se recicla aproximadamente la mitad del plástico reciclable, por lo que además de un reto científico y tecnológico, hay un importante problema de gestión por resolver.

La forma convencional de reciclar plástico, el reciclaje mecánico, tiene sus limitaciones: solo sirve para reciclar el 30% de los plásticos en circulación. El reciclaje mecánico consiste en separar los plásticos por tipos, triturarlos, calentarlos hasta fundirlos y modelarlos para que adquieran la forma deseada. Esto solo es posible con plásticos termoplásticos (que funden con calor) como polietileno, polipropileno o PET, fabricados con un único tipo de polímero, es decir, que sean homogéneos, sin mezclas ni aditivos. Por tanto, esta técnica no sirve para reciclar plásticos termoestables (que no funden con calor) como el caucho, las resinas epoxi o los poliuretanos. Tampoco sirve para reciclar mezclas de plásticos, o materiales compuestos, íntimamente ligados a otros materiales, como los envases multicapa o los cartones con plástico.

Para sacarle todo el partido posible al reciclaje mecánico habría que empezar por el diseño, lo que se suele denominar "ecodiseño". Por ejemplo, los cartones que incorporan plástico en su composición, tan de moda en los envases alimentarios que pretenden aparentar sostenibilidad, actualmente son imposibles de reciclar. Sin embargo, un envase que contenga los mismos materiales, cartón y plástico reciclables, pero que estos se puedan separar, se convierte en una opción sostenible gracias al diseño.

Para complementar el reciclaje mecánico hay una nueva tecnología que permite reciclar el 80% de los plásticos: el reciclaje químico de plásticos. Esta tecnología consiste en descomponer químicamente los plásticos en unidades fundamentales. De esta manera se pueden transformar en nuevos plásticos de alta calidad, indistinguibles de los plásticos vírgenes, e incluso en otros productos, no necesariamente plásticos, como por ejemplo combustibles.

Para entender la tecnología de reciclaje químico de plástico hay que imaginarse que los plásticos, desde un punto de vista químico, son como un collar de cuentas. El reciclaje químico consiste en romper el collar en cuentas. Luego se pueden volver a enfilar las cuentas para hacer collares diferentes, pulseras, anillos… es decir, nuevos materiales con vida extra. La analogía del collar resulta ilustrativa, puesto que los plásticos están formados por monómeros unidos químicamente entre sí formando polímeros, como las cuentas de un collar.

El reciclaje químico consiste en romper los enlaces entre las cuentas hasta degradarlos a monómeros o a moléculas que sirven de plataforma para sintetizar otros polímeros. Hay varias formas de hacerlo. Las principales son:

Pirólisis

La pirólisis es la técnica más habitual de reciclado químico industrial. El plástico se somete a más de 450 oC hasta obtener "las cuentas del collar" en forma de aceites de pirólisis o monómeros. El balance energético de la pirólisis es nulo, ya que los gases liberados en el propio proceso se utilizan para alcanzar la temperatura necesaria.

Solvólisis

El plástico se trata con un solvente que disuelve "el hilo del collar" dejando las "cuentas" sueltas en forma de monómeros.

Degradación enzimática

El plástico se trata con microorganismos o las enzimas que estos generan capaces de romper "el hilo del collar" y liberar los monómeros. Esta técnica se está empleando sobre todo en la recuperación de entornos contaminados como el medio marino.

Los beneficios de incorporar el reciclaje químico como tecnología complementaria al reciclaje mecánico convencional son muchos y variados: (1) aporta valor a residuos plásticos que de otra manera acabarían en vertederos o incinerados, (2) es un método de producción de plásticos de calidad, equivalentes a los obtenidos a partir de materias primas vírgenes, (3) reduce el uso de materias primas fósiles gracias a su alto rendimiento, cercano al 80%, de modo que por cada 1000 kg de residuos plásticos se pueden convertir en 800 kg de materia prima, y (4) el reciclaje químico emite menos CO2 que la incineración y reduce de forma significativa su impacto medioambiental, medido a través del análisis del ciclo de vida (ACV) que tiene en cuenta la huella ecológica de todas las etapas del material.

En la actualidad el reciclaje químico ya se está utilizando para reciclar neumáticos, colchones y envases, por ejemplo. En el mercado hay productos 100% producidos por reciclaje químico, como embalajes de poliestireno expandido como el de las cajas de pescado, componentes de automoción, como parrillas frontales, o carritos de supermercado. Los plásticos obtenidos por reciclaje químico son de tan alta calidad que se pueden usar como materiales en contacto con alimentos (MCA). Esto da la medida, ya que la industria alimentaria es de las más exigentes en lo que respecta a seguridad y control de calidad.

No obstante, el reciclaje químico todavía tiene obstáculos que sortear. Uno de ellos es el reto tecnológico que supone el flujo de plásticos tan diferentes que hay en el mercado. Otro reto es el social, el lograr la aceptación de los plásticos por parte de la sociedad, a pesar del constante goteo de desinformación sobre estos materiales y a pesar de la desconocimiento científico que padece más de la mitad de la población. El rechazo a los plásticos además cuenta con el apoyo de algunas empresas que, en contra de la evidencia científica, están apostando por materiales menos sostenibles y sin posibilidad de ser incorporados a la economía circular. Estas elecciones por parte de algunas empresas están contribuyendo a demonizar aún más los plásticos, actuando como cómplices del desconocimiento científico de los consumidores.

El reciclaje químico tiene una barrera todavía más peliaguda: la barrera legislativa. Al ser una tecnología relativamente reciente, los plásticos reciclados mediante reciclaje químico legalmente no se consideran plástico reciclado. Esto está obstaculizando su implantación, por ejemplo, para envases de alimentación que podrían ser más sostenibles que nunca.

Al no computar como plástico reciclado, el uso de estos materiales no supone ninguna ventaja impositiva. Por ejemplo, las tasas que aplican al plástico virgen se están aplicando al plástico reciclado químicamente. Solo está reconocido legalmente como plástico reciclado aquel que proviene del reciclaje mecánico. Por eso algunas empresas no lo contemplan para sus productos, porque no les aporta ningún beneficio fiscal.

En este caso la ley va muy por detrás de la ciencia. La legislación sobre plásticos reciclados, hasta que no contemple a los plásticos obtenidos por reciclaje químico, será un freno para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible.