El pasado 22 de septiembre, Donald Trump compareció en la Casa Blanca para lanzar una afirmaciónque ha encendido todas las alarmas en la comunidad científica internacional. Trump aseguró que el paracetamol en el embarazo y las vacunas en la infancia "están vinculados" al autismo. Sus palabras fueron secundadas por su secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., quien anunció la creación de un plan gubernamental para investigar "las causas del autismo" y, de paso, recomendó explorar tratamientos con folinato cálcico, un derivado del ácido fólico.

El problema no es solo el contenido de estas declaraciones, sino el altavoz desde el que se emiten. Cuando un líder mundial difunde una idea sin respaldo científico, el riesgo es inmediato: la desconfianza social hacia los fármacos esenciales y las vacunas, que son una de las herramientas de salud pública más seguras y eficaces de la historia.

El viejo bulo de las vacunas y el autismo

La idea de que las vacunas producen autismo no es nueva. Se remonta a 1998, cuando el médico británico Andrew Wakefield publicó un artículo en la revista 'The Lancet' en el que sugería una relación entre la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubéola) y el desarrollo de autismo en 12 niños. El trabajo pronto fue desmontado: no solo se demostró que contenía graves fallos metodológicos, sino que había fraude y conflictos de interés detrás. La revista se retractó en 2010 y Wakefield fue inhabilitado.

Desde entonces, decenas de estudios con cientos de miles de niños han confirmado que no existe ninguna relación entre las vacunas y el autismo. Ni la vacuna triple vírica, ni el tiomersal (un conservante basado en mercurio que ya apenas se usa), ni el aluminio de los adyuvantes. Ninguno. Sin embargo, el bulo sigue vivo porque apela al miedo de los padres y se difunde con facilidad en redes sociales.

El reciente bulo del paracetamol y el autismo

Más reciente es el intento de vincular el paracetamol -uno de los analgésicos y antitérmicos más utilizados del mundo- con el autismo. La idea surgió en 2008 a raíz de estudios observacionales de baja calidad que recogían cuestionarios de padres sobre el uso de este medicamento tras la vacunación. Esos trabajos sugerían una asociación estadística, pero los resultados estaban llenos de sesgos.

Hoy en día, no hay ningún ensayo clínico que demuestre una relación causal entre paracetamol y autismo. Las principales guías médicas coinciden: el paracetamol puede utilizarse durante el embarazo siempre a la dosis mínima eficaz y durante el menor tiempo posible. Esta recomendación no nace de una sospecha de autismo, sino de la prudencia general que se aplica a cualquier fármaco en la gestación.

¿Se conocen las causas del autismo?

El autismo, o trastorno del espectro autista (TEA), no es una enfermedad que deba curarse, sino una condición del neurodesarrollo. Es un espectro muy amplio: algunas personas requieren un alto nivel de apoyo en la vida diaria y otras viven de forma completamente autónoma.

El diagnóstico del autismo es clínico; no existe, por ahora, un análisis de sangre ni una prueba de imagen que lo confirme. La ciencia ha mostrado que la genética tiene un peso significativo: los estudios en gemelos estiman la heredabilidad en torno al 60-80%. Pero eso no significa que exista un "gen del autismo". Más bien hablamos de un entramado de cientos de variantes genéticas combinadas con factores ambientales tempranos que influyen en cómo se desarrolla el cerebro.

Se investiga mucho en biomarcadores, pero aún no hay ninguno validado. Una de las líneas más comentadas en los últimos años es el papel del folato, la vitamina B9. En algunos niños con autismo se han detectado autoanticuerpos que bloquean la entrada del folato al cerebro, lo que se conoce como síndrome de deficiencia cerebral de folato. En estos casos, el tratamiento con folinato cálcico -una forma activa del folato- ha mostrado cierto beneficio en estudios piloto, sobre todo en habilidades de lenguaje. Pero hablamos de un subgrupo reducido y de investigaciones aún preliminares. No es, en absoluto, un tratamiento general del autismo.

Es importante no confundir esto con la recomendación que se hace a las embarazadas de tomar ácido fólico desde antes de la concepción y durante el primer trimestre. Está demostrado que previene defectos del tubo neural, como la espina bífida. No se ha demostrado una relación directa con el autismo, pero sí hay estudios preliminares que sugieren que el ácido fólico podría reducir ligeramente el riesgo de TEA en la descendencia.

Cómo funciona el paracetamol

Parte del miedo al paracetamol surge de la incomprensión sobre cómo actúa. Explicarlo con una analogía puede ayudar: imagina que tu cuerpo es una ciudad. Si en la ciudad hay un ruido muy intenso -dolor y fiebre- se activan unas moléculas llamadas prostaglandinas que funcionan como semáforos en rojo y sirenas de alarma. El paracetamol no apaga el ruido -como haría un antiinflamatorio como el ibuprofeno-, pero sí actúa en el centro de control de la ciudad, en el cerebro, recalibrando esos semáforos para que el tráfico fluya con normalidad y no se exageren las señales de alarma.

En términos bioquímicos, el paracetamol se metaboliza en el hígado y en el cerebro se transforma en una sustancia llamada AM404, que modula varias rutas del dolor y reduce la producción de prostaglandinas en el sistema nervioso central. Así consigue que baje la fiebre y que el dolor se perciba con menos intensidad. Su principal riesgo aparece cuando se abusa de él: la sobredosis puede dañar gravemente el hígado.

En el embarazo se aconseja paracetamol, no ibuprofeno

Otro aspecto que conviene aclarar: no es que el paracetamol sea "bueno" y el ibuprofeno "malo". Ambos son medicamentos seguros cuando se usan bien. Pero en el embarazo, los antiinflamatorios como el ibuprofeno se desaconsejan a partir de la semana 20 y están contraindicados en el tercer trimestre. Pueden reducir el líquido amniótico o afectar al ductus arteriosus, una estructura clave en la circulación fetal. Por eso, si hay fiebre o dolor en el embarazo, el fármaco de elección es el paracetamol.

No tratar la fiebre en el embarazo sí es peligroso

La fiebre alta sostenida durante el embarazo puede ser peligrosa. En el primer trimestre, se ha relacionado con mayor riesgo de defectos del tubo neural. Además, puede comprometer la salud de la madre y aumentar el riesgo de complicaciones. En este contexto, negar a las mujeres embarazadas el acceso a un fármaco seguro para bajar la fiebre no solo es imprudente, sino potencialmente dañino.

El Apiretal es seguro

En pediatría, el paracetamol es uno de los medicamentos más recetados. En España se comercializa como Apiretal, en jarabe de 100 mg/ml. Es seguro y eficaz siempre que se use de forma correcta: la dosis depende del peso del niño, nunca de la edad aproximada. La Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios lo autoriza desde hace años y las sociedades de pediatría lo recomiendan como primera opción para la fiebre y el dolor en lactantes y niños pequeños.

Ciencia y política: una responsabilidad compartida

Que un político no sepa de farmacología no es grave. Lo preocupante es que ignore a los asesores científicos que tiene a su disposición. En el ámbito de la salud pública, alinearse con el consenso científico no es una cuestión de ideología, sino de responsabilidad. Cuando se desoye a la ciencia, las consecuencias son tangibles: rebrotes de enfermedades prevenibles por vacunas, pacientes inseguros que abandonan tratamientos eficaces, confusión generalizada en la ciudadanía…

Cuando un gobierno se desmarca del consenso científico, no solo está poniendo en riesgo la salud de su población; también erosiona la confianza en la ciencia, una de las herramientas más sólidas para crear conocimiento y que nos permite vivir más y mejor.