En la vida, como en la política, la mayoría de las veces las posilidades vienen dadas y solo existe la opción de elegir entre diversas opciones que no siempre son las más adecuadas. En esas circunstancias el único margen de maniobra que tenemos es elegir la opción que más nos favorece sin ser la ideal. En el marco de las relaciones laborales es una concepción que se entiende bien, cada uno trabaja donde buenamente puede dentro de un marco variable que depende de su formación, el azar, el capital social y las posibilidades y ofertas que recibe. Poca gente tiene la posibilidad de elegir trabajo o decir que prefiere morirse de hambre a trabajar de reponedor porque ese trabajo no le permite lograr los sueños de casa con piscina y vivir de manera ociosa leyendo mirando a las montañas. Si la dialéctica dilemática es trabajar o no tener que comer, la posición ideal subjetiva que marca nuestros valores, ideales o sueños queda en un plano irrelevante.

Esta manera tan sencilla de operar funciona de igual modo en política o en el modo de aceptar las noticias y situaciones que nos trascienden. Todos tenemos un ideal superior, una escala de valores o una doctrina política que en una situación utópica elegiríamos para nuestro país y para estructurar la sociedad en la que vivimos. La realidad, que es el elemento máximo sobre el que funcionamos, aunque algunos la olviden, marca cuál es el marco de actuación que se nos marca por mucho que trabajemos para modular ese marco y acercarlo a nuestros postulados. Es esa realidad la que, independiente de nuestras ideas, nos enseña cuál es el estricto orden que marca una serie de prioridades y opciones sobre las que elegir en pocas ocasiones, o simplemente expresar nuestras opiniones la mayoría de las veces. A veces solo nos queda la emoción.

Una de estas posiciones dilemáticas que nos marca la coyuntura histórica ha sido la de elegir entre Donald Trump y Joe Biden. Ni siquiera la de votar para la mayoría de los ciudadanos del mundo, aunque esa votación nos afecte a todos, pero sí de elegir, de mostrar nuestra opinión, o de no hacerlo, pero inevitablemente elegir entre ambos políticos. Solo aquellos con una nula capacidad de análisis pueden creer que las elecciones en EEUU no les van a afectar de ninguna manera y además considerar que ambos dirigentes tienen la misma capacidad tóxica en el resto del mundo, sin necesidad de mandar sus B-52. Hasta el más dogmático de los comunistas tendría que saber, si de verdad usa el análisis histórico marxista más elemental, la capacidad de influencia del discurso del populismo ultra en el resto de países. Tienen una excrecencia concreta en VOX en España. Una guerra híbrida que el dogma no puede cegar. Sí, un comunista listo tiene que alegrarse de la derrota de Donald Trump, eso no manchará su libro rojo.

Los dogmáticos y los cenizos siempre aparecen cuando alguien muestra su alborozo por alguna noticia o suceso. La farmacéutica Pfizer anunció ayer que su vacuna contra el coronavirus tendrá una efectividad del 90% y que empezará a comercializarse antes de final de año. No conozco a nadie que no haya mostrado ante semejante noticia alegría o esperanza. Porque estamos cansados y queremos vernos la sonrisa, abrazarnos, viajar, que vuelva la alegría y deje de morir gente. Hasta en una noticia como esa, objetivamente buena para la humanidad, aparecen los que consideran que no se es suficientemente de izquierdas por celebrar una noticia que afecta a una farmacéutica que estuvo envuelta en escándalos en África. Como si la alegría por recuperar la vida con nuestras familias nos permitiera elegir que fuera una farmacéutica pura y libre de cualquier comportamiento repudiable la que va a a proporcionar la vacuna que nos libre de esta peste. Ha perdido Donald Trump y la vacuna de Pfizer de la que España dispondrá de 20 millones de dosis es efectiva. Canta la internacional y sonríe. Que son buenas noticias para tu pueblo, y si no amas a tu pueblo ya puedes quemar El Capital.