Gustavo es un homínido con escasa capacidad para hilar dos frases con sentido. Cuerpo 'anabolizado', camiseta de Benzemá con el número de camuflaje, pelo rapado y labios pinchados. Mientras va paseando por un centro comercial con su hijo de diez años y su mujer se cruza con un periodista de izquierdas. Lo reconoce. A Gustavo no se le ocurre otra brillante idea, en vez de seguir pasando una jornada tranquila con su familia, que mientras agarra a su pequeño con un brazo, con el otro empezar a grabar al periodista para insultarlo: "Eres un terrorista informático".

Gustavo no es muy listo. Ya no hablamos de la capacidad para hilar un insulto compuesto sin equivocarse en un 50% del epíteto, sino de la decisión de mierda que es darle ese ejemplo a su hijo. Su mujer, que de forma nada extraña no entiende la actitud de su marido y le reprocha que actúe de esa manera, trata de mediar.

Su marido, con su ira 'testosterónica' desatada, agrede al periodista dándole un golpe en el brazo que le tira el móvil. Comienza a insultar de una manera poco original ("rata", "cerdo", "guarro", "rojo", "zurdo", "comunista", "basura"), y le conmina a salir del centro comercial para darle una paliza.

El periodista graba mientras el niño no deja de llorar viendo a su padre actuar como un gorila rodeado de la seguridad del establecimiento. La madre se pone nerviosa y solo pide que se deje de grabar, a lo que el neonazi la agarra del brazo apartándola con unas formas que dan miedo por lo que insinúan.

El periodista llama a la policía. Mientras la esperan Gustavo se dirige su hijo, que no puede sostener el llanto, y le dice que por la culpa del periodista a él no le han pagado el comedor para dárselo a los de fuera. El periodista sigue grabando esperando a la policía con una pena infinita por ese crío. La policía llega. El periodista pierde de vista a Gustavo, pero no va a poder quitarse de la cabeza a ese niño.

En los últimos dos meses he tenido que ir cuatro veces a comisaría por intentos de agresión, amenazas, ataques en la vía pública e intentos de desvelar mis datos personales para ser acosado de todas las formas posibles. El camino es siempre el mismo, una serie de 'escuadristas' con micrófono te acosa en la vía pública, cuelgan los vídeos en las redes sociales, e inmediatamente después una serie de nazis, violentos, 'inocupados' y mandriles con incapacidad para controlar su ira actúan en la calle.

El proceso tiene unas consecuencias claras sobre la vida de aquellos a los que señalan. No podemos hacer nuestra vida de manera normal, llevan las amenazas a tu barrio, a tu vida cotidiana, a tu ocio, a cualquier espacio público. Los últimos intentos de agresión los he sufrido paseando a mi perro por un parque, comprando en un supermercado y paseando por un centro comercial. Es decir, en el ámbito más habitual que cualquier ciudadano normal realiza sin ningún tipo de contratiempo.

Pero para un periodista de izquierdas que es señalado por las hordas ultras y sus 'escuadristas' con micrófono el simple hecho de tener que salir a comprar leche y pollo se convierte en una situación de riesgo que puede acabar con una visita a la comisaría para interponer una denuncia. No solo es el riesgo a la integridad, es el gasto en energía, tiempo y dinero que conlleva tener que sufrir este tipo de agresiones de forma cotidiana.

Yo solo soy un periodista que de vez en cuando se cruza con neonazis como Gustavo. Pero esa mujer y ese niño tienen que volver a casa con él. Conviven con él. Ese es el verdadero drama.