Las decisiones arbitrarias y discrecionales de los tribunales de justicia tras el final del Estado de alarma demostraron que la misma ley bajo las mismas circunstancias puede ser interpretada de manera antagónica por diferentes jueces. La justicia es cualquier cosa menos objetiva, depende única y exclusivamente de la subjetividad del tribunal. Un juez en Granada no autoriza un cierre perimetral mientras otro en Sevilla le da vía libre, lo único que cambia es el juez. Su conocimiento, estado de ánimo, opinión, ideología, 'habitus' y clase. Lo que le determina como individuo. Porque el derecho no es una ciencia, no es empírico y cuando tiene que decidir sobre cuestiones ancladas en el pensamiento nacionalista español y reaccionario acaba desviándose siempre de manera irremediable a la derecha.

Los sesgos de clase y los intereses de las oligarquías hacen perder la perspectiva sobre la propia labor, y cuando más se asciende en la carrera profesional más fácil es adquirir unos vicios que siempre benefician al poder y el mantenimiento del statu quo. La judicatura es uno de esos órganos donde más se vislumbran los intereses de clase y más difícil es hacer carrera sin atender a esos poderes que son imprescindibles para acabar en el Tribunal Supremo. La decisión del alto tribunal sobre los indultos a los presos del procés ha sido desfavorable, pero es que ya sabíamos que iban a decir lo que han expresado. Todos lo teníamos claro. Igual que teníamos claro que en la sentencia se iba a condenar con la máxima dureza a todos los implicados de manera ejemplarizante. Siempre se acertaba el veredicto en la Audiencia Nacional cuando se veía que el juez era Enrique López o Concepción Espejel. No había posibilidad de fallo.

El Tribunal Supremo considera que no es preceptivo conceder el indulto porque no ha existido arrepentimiento, igual que consideró que Tejero, que entró pistola en mano en el Congreso para acabar con la democracia, sí merecía el indulto a pesar de que tampoco hubo arrepentimiento. A Jordi Cuixart y Jordi Sánchez no por subirse encima de un coche y a Tejero sí por querer devolver España a una dictadura. Uno de los mayores problemas de la democracia española es la sensación hiriente de que existen dos justicias, una dura, implacable y demoledora contra disidentes y progresistas y otra suave, comprensiva y piadosa con los reaccionarios que comparten filias y querencias. Esa quiebra en la confianza del que es uno de los poderes fundamentales del Estado es un abismo que acabará por resultar insondable.

El indulto a los presos del procés es imprescindible porque se produjo una condena vengativa que buscaba dirimir mediante la justicia una disputa política, la desproporción en las condenas tiene que ser revisada porque en España existe una justicia de parte que el PP se preocupa de mantener así al negarse a renovar el CGPJ para asegurarse que los jueces hagan su política. Pero no se olviden de los indultos de los condenados por el 'Aturem el Parlament', que sería vomitivo que fueran indultados antes personajes como Jordi Turull, que acudieron al Supremo para asegurarse de que jóvenes que protestaban por los recortes fueran enviados a la cárcel. Ellos, en silencio, sin hacer ruido, siguen esperando con angustia e incertidumbre que se resuelva su situación porque son unos nadie. Que se den los indultos a los condenados por el procés aunque brame la derecha, porque es lo justo, que salgan a la calle y hagan política, pero algunos tendremos memoria al recordar de qué lado estaban cuando el pueblo sufría y quisieron ponerle rejas.