Vivimos en una obra de Ionesco. El contexto en el que nacen nuestras incertidumbres en la actualidad es similar al que hizo que el teatro del absurdo apareciera. Una época en la que, como sucedió durante entreguerras, las certezas del pasado que eran inamovibles habían desaparecido y servían de poco. En ese ambiente convulso se construyó un teatro donde la ilusión se desvanecía y todo carecía de sentido. El hábitat político y existencial ponía en escena las incoherencias de la condición humana. Y lo mostraba de forma descarnada.

La pandemia ha provocado que cada comparecencia política, cada rueda de prensa, cada declaración y cada medida sean una escenificación de lo absurdo. Estoy viendo Las Sillas de Ionesco cada día, en un bucle perpetuo que me hace levantarme cada mañana en la platea del teatro cambiando a los actores por nuestros representantes públicos, en los que la diferencia entre la percepción de realidad y esta misma se difumina separándose hasta lo grotesco.

En la obra de Ionesco una pareja de ancianos vive en un torreón dentro de una isla donde la única ventana da al mar. Sin contacto con el mundo y sin saber qué ocurre fuera de su refugio organizan una recepción para suicidarse donde acudirá hasta el emperador. Una despedida por todo lo alto. A la recepción acuden un montón de personas imaginarias. Para cada invitado que no existe se reserva una silla, esta sí real, que va ahogando el espacio de los dos viejos. La angustia terminará cuando aparezca el Orador que podrá escuchar la obra de su vida y contársela a la humanidad.

La sensación que tengo cada vez que escucho a Isabel Celáa hablando de la ilusión de los profesores en la vuelta al colegio o a Isabel Díaz Ayuso diciendo a las familias que pueden estar tranquilas es la misma que al ver de los viejos de Ionesco en su torreón sin ser conscientes de lo que pasa fuera de su burbuja en una isla. La distancia de seguridad en las aulas es un personaje imaginario que tiene su propia silla ocupando espacio, los rastreadores que llaman a los contactos de un positivo son un personaje imaginario que ocupa su propia silla ocupando espacio, la ratio de 20 alumnos es un personaje imaginario que ocupa 35 sillas. Porque la imagen irreal que han construido nos va a golpear en la cara en septiembre de forma dramática.

En la obra de Ionesco finalmente aparece el Orador y es sordomudo, no puede ni escuchar ni transmitir la historia de los viejos que no era más que una ilusión. El Orador es la realidad. El personaje que aparece para acabar con esa ficción dibujada por los viejos. La puta realidad que nos estallará en la cara cuando todas esas sillas ahoguen a nuestros niños y profesores en aulas repletas sin la presencia imaginaria de aquello que los líderes políticos han dibujado en una escena irreal y ficticia.