No existen precedentes. Pueden hacer encaje de bolillos para buscar algo que se le aproxime, que tampoco existe. Un vicepresidente del Gobierno que de forma sistemática es acosado por unos fascistas en la puerta de su casa donde viven tres niños pequeños. Tres meses, día tras día, una camarilla de escuadristas con morriña de sus camisas azules y la boina roja que añoran los tiempos en que aquellas visitas a las viviendas de un rojo acababan con una visita furtiva a una cuneta y la vuelta a su casa a pegar a sus esposas mientras se emborrachaban. Solo necesitarían la oportunidad para llevar a cabo sus fantasías de sangre.

No es solo el acoso sistemático al que se ve sometido en su vida privada, también en sus vacaciones, marcando el lugar en el que intentaba descansar junto a su familia, sino la impunidad con la que se manejan y la connivencia de la Guardia Civil y la Policía Nacional, junto con el ministerio del Interior, que permiten que un vicepresidente del Gobierno no pueda estar a salvo abjurando de su propia responsabilidad. Es inconcebible que en un estado de derecho uno de los máximos responsables del Gobierno no tenga garantizada la seguridad y no se persiga penalmente a quien le realiza una campaña de acoso sistemático. Y de eso, el primer responsable es Fernando Grande-Marlaska. Los motivos los sabrá él.

Existe una intención perversa en la persecución fascista a Pablo Iglesias, Irene Montero y su familia que va más allá de enseñar quién verdaderamente tiene el poder en este país y evidenciar que ni gobernando la izquierda estará segura. Demostrar que pueden con cualquiera y enseñar que si pueden hacerle la vida imposible a todo un vicepresidente del Gobierno podrán hacer lo que quieran con cualquier otro elemento mucho más sencillo de dar caza que ose perturbar sus privilegios.

Marcarse objetivos ambiciosos en las cacerías de antifascistas sirve para disciplinar a quienes con menos capacidad de defenderse tienen la misma ideología. Es la misma lógica que opera con los periodistas, buscan objetivos combativos para que los más timoratos sepan lo que les espera si se atreven a realizar un periodismo que les confronte.

Los escuadristas fascistas de Galapagar operan con la misma lógica que los camisas negras de los años 20. Acosar para escarmentar y hacerlo sobre todo con aquellos que no tienen miedo. La misma doctrina que se aplicó con Giacomo Matteoti. En la Italia, donde crecía el fascismo y Benito Mussolini daba forma a sus Fasci Italiani di combattimento con perros como Roberto Farinacci, había antifascistas sin miedo como el político socialista Giacomo Matteotti, elegido diputado en 1919 por el Partido Socialista Italiano (PSI), que fue uno de los más brillantes y valientes opositores a la peste fascista.

Sus discursos en el Parlamento italiano denunciando la violencia fascista de los camisas negras le llevaron a ser un objetivo prioritario de los escuadristas de Mussolini. La persecución en cada acto, a cada ciudad que acudía, sería constante. En 1921 en un viaje a Ferrara después del Congreso del Partido Socialista Italiano se mostró a Matteotti que no estaría a salvo de las porras fascistas allá donde se encontrara. Ni en territorio rojo, Ferrara era una ciudad con abrumadora mayoría socialista. Matteoti fue rodeado en el camino a la Cámara del Trabajo siendo insultado, vejado, golpeado con porras, sin que la escolta pudiera evitar la humillación y las agresiones.

No se acabó allí. El mismo año, en Castelguglielmo, fue secuestrado por otra escuadrilla de camisas negras que intenta obligar sin éxito a que Matteotti firme una abjuración de sus declaraciones constantes contra el fascismo. No lo consiguen. Lo montan en un camión y lo torturan hasta dejarlo tirado cerca de una población cercana. Aquel secuestro fue la última advertencia de los fascistas, ya no pudo estar tranquilo hasta su final. Tiene que dejar de su casa y vagar por Italia esperando que nadie le reconozca. Pero siguen sin doblarlo. Solo les quedaba una opción para callar al incólume diputado socialista.

El acoso derivó en crimen. El 10 de junio de 1924 fue secuestrado en Roma y su cadáver apareció dos meses después en un bosque a las afueras de la ciudad. Los camisas negras habían cumplido la autoprofecía y asesinario al político socialista para escarmentar cualquier disidencia. Fue el último atisbo de oposición a cara descubierta, el crimen como advertencia había sido un éxito y sirvió para que el resto de parlamentarios se integrara en el fascismo, por interés o miedo. Para eso sirve ir de caza mayor, consiguiendo la cabeza de una pieza el resto sabe lo que le espera.

Giacomo Matteoti dejó escrito en una carta a su esposa lo que sucedía cuando los cómplices, los tibios y conniventes con la violencia fascista dejaban a los que se atrevían a levantar la voz en soledad. "Te aseguro la máxima prudencia. Ya no estamos en la situación de antes, cuando un acto de coraje podía ser útil; hoy resultaría perfectamente inútil incluso eso, y perjudicial no solo para quienes lo realizan, sino también para los demás". Porque no está tan lejos el momento en el que los que se atreven a plantar cara al fascismo de nuestro tiempo se cansen de poner la cara por ti, que crees que esto no va contigo.