José Bono ha tenido que esperar a que Julio Anguita esté muerto para atreverse a decir de él que es "intelectualmente pobre". No se hubiera atrevido a decirlo en vida del Califa porque la respuesta hubiera sido contundente, calmada y, apelando a la memoria del refranero español, hubiera echado por tierra el ingente presupuesto del socialista en hacer crecer lo que se perdió. La miserabilidad del cobarde que espera a que el enemigo esté muerto para decir lo que no se atrevió en vida bastaría para definir en lo que se ha convertido el personaje de José Bono. Pero hay que ir más allá e incidir en lo que siempre fue, porque la memoria de nuestra Historia reciente está trufada de personajes estereotipados que tienen a Bono y Anguita como las dos caras discordantes de nuestra política.

José Bono hubiera querido ser como Julio Anguita. Pero no todo el mundo puede tener talento y grandeza para ser un referente de la izquierda. Ni para ser un referente. De algo. Aunque si de algo puede ser ejemplo José Bono es de aquéllos que Umbral acertó a enclaustrar en la familia de los que pasaron en la Transición de la camisa azul a la camisa blanca para seguir viviendo como lo hicieron en tiempos del hombrísimo. José Bono nunca renegó de José Bono Pretel, el alcalde franquista de Salobre durante 17 años y padre del socialista que fue miembro insigne de Falange Tradicionalista. José Bono II fue educado en los profundos valores cristianos de instituciones jesuítas con clara adhesión al franquismo y aquello nunca se le olvidará, marcó su devenir político. Los pecados del padre no se heredan, pero hay que hacer algo para revertir esos orígenes en vez de ser un fiel continuador de la doctrina de transacción. La conversión ideológica de Bono, que no es tal, se realizó por motivos pragmáticos. Vivía una época donde era consciente de que había que guardar la camisa vieja si quería hacer carrera. Lo de papá ya no servía.

José Bono siempre tuvo claro a qué causa servía y qué causa no le rendía beneficios. Por eso cuando ya había logrado los máximos honores políticos como ministro de Defensa mostró lo que había aprendido. Un 12 de octubre de 2004 en el desfile de las fuerzas armadas el antiguo camisa vieja puso a marchar por la Castellana a Ángel Salamanca, un miembro de la División 250 de la Wermacht nazi que luchó en el frente ruso. En España la llamamos División Azul, pero era una división de los nazis. Que suene como lo que fue. José Bono no solo le hizo marchar junto a un miembro de la División Leclerc, la nueve, que liberó París del yugo nazi equiparando a los fascistas con los antifascistas, sino que se le cuadró con diligencia castrense al recibirle en una cena privada: "¡A sus órdenes mi teniente!”, taconeando y mostrando obediencia un ministro de Defensa de España a un divisionario nazi. Es lo que es Bono, no se extrañen.

José Bono siempre ha sido un intruso de la izquierda. Una estirpe de privilegiados que se aprovecharon de una oportunidad histórica coyuntural para hacer fortuna y mantener la que heredaron de sus familias franquistas. La última declaración de bienes del Congreso del insigne manchego arrojaba unos ingresos de más de dos millones de euros por su labor de terrateniente en la hípica Almenara y dos mansiones en Toledo. Después de dejar la política ha seguido haciendo fortuna en República Dominicana. Julio Anguita era un maestro que murió viviendo de su pensión de 1.800 euros y sus libros. Un gigante comparado con quien desprecia su memoria una vez muerto. La izquierda, perdón por incluirle, española de estos últimos cuarenta años podría dividirse en Anguitas y Bonos. Entre personas de dignidad intachable y aprovechados que se sirvieron de su posición de poder durante el franquismo para engañar a incautos escondiéndose en un PSOE que sirvió a la causa del olvido