Ayer se aprobó la Ley de Eutanasia y hoy España es un país más humano y compasivo con todos aquellos que quieren dejar de sufrir. La elección libre de los ciudadanos que por una situación de padecimiento perpetuo quieran dejar esta vida en paz y con seguridad para sus allegados estará garantizada. Una ley que aporta alivio, confort y certidumbre a todos aquellos que en la actualidad viven una situación de desesperanza o son conscientes de que una enfermedad degenerativa recién diagnosticada les llevará a una situación en el futuro en la que podrán tener soporte legal para decidir en libertad si quieren seguir sufriendo o dejar de hacerlo. Una ley que no solo mejora el final de la vida no deseada, sino la presente de todos los ciudadanos que sabremos que tenemos una herramienta para evitarnos sufrir. Aporta paz y calma. Nos quita el miedo al encarnizamiento.

Porque esta ley no obliga a quien quiere sufrir y dejar este mundo cuando la naturaleza decida que lo haga con la misma libertad que el que quiere decidir morir. Podrán elegir el dolor si eso les aporta paz con su dios. Podrán elegir sufrimiento si eso les reconcilia con la vida futura en el más allá. Lo que no podrán hacer es imponer esa manera arcaica y retrograda con la que afrontan la muerte al resto de ciudadanos que no creemos en dioses, vírgenes ni traslaciones celestiales. Mueran con dolor si es lo que quieren, podrán hacerlo, lo que ha cambiado es que ahora el resto podremos decidir en libertad hacer lo contrario, algo que hasta ayer estuvo prohibido.

La derecha, como siempre, ha votado en contra de un avance social que no se atreverá a eliminar cuando gobierne, porque es lo que ha hecho con todos los avances sociales contra los que ha luchado de manera fiera a lo largo de la historia de la democracia. Son un lastre para la implementación de unos derechos sociales que luego no dudarán en utilizar a pesar de su esfuerzo porque eso no ocurra. Porque habrá miembros del PP y de VOX, y votantes suyos, que precisen en el final de su vida una ayuda para dejar el martirio de una dolencia sin cura que les martiriza. Y a pesar de que no han querido que esa herramienta pueda existir podrán usarla. A pesar de ellos y gracias al progreso que repudian.

Los que hemos acariciado una mano en sus últimos momentos y hemos llorado pensando el dolor que puede estar sufriendo quien está al borde de la muerte no hemos podido quitarnos de la cabeza cuál será el último pensamiento de la persona a la que amamos. Si lo fue de dolor, tortura o pena por el sufrimiento. Una amargura que jamás podremos quitarnos y no nos abandonará. Ahora, quizás, haya personas que puedan decidir abandonar la vida de forma plácida, con una mano amorosa acariciando su mejilla y acompañándole hasta que esa vida que tanto nos dio deje de estar presente. Solo queríamos poder acariciarle el dorso de la mano y cerrarle los ojos sin dolor. Miles de personas no han tenido esa compasión por una reacción doctrinaria. Hoy, podemos descansar. Y que sirva como advertencia, tendremos memoria y no olvidaremos lo que le hicieron al doctor Montes. Se lo recordaremos cuando dentro de muchos años quieran arrogarse el patrimonio del final de este dolor.