Una de las cosas más divertidas a las que se puede asistir cuando has leído cosas como el 'Glossarium' de Carl Schmitt o las elucubraciones de Gyorgy Luckács sobre la construcción de la conciencia en la clase obrera es ver a abogados, estudiantes de derecho y jueces tuiteros decir que para leer y entender una sentencia -mal argumentada y peor redactada- del Tribunal Supremo hay que haber cantado unas cuántas leyes de memoria ante un padrino al que has pagado en negro para que luego te vaya colocando en los bufetes de unos cuántos amigos.
Estoy plenamente convencido de que la soberbia de leguleyos clasistas cree que habría que haber mandado un código penal o un recurso de casación de Martínez Arrieta como ejemplo de saber universal en el disco de oro de la Voyager para que cuando una inteligencia superior extraterreste lo reciba sepa de verdad de lo que somos capaces la humanidad. Más aún cuando el ponente no sabe que usar una perífrasis epistémica de posibilidad en un hecho probado haría que suspendiera un examen random de bachillerato.
Hay muchos de esos tipos estos días dando lecciones sobre la figura del autor mediado sin darse cuenta de que lo que están haciendo es enseñarnos cómo en España se puede condenar a alguien sin pruebas ni indicios razonados suficientes. Puede que su soberbia no les deje verlo, pero están reconociendo que no tienen ninguna prueba de quién filtró el correo porque acusan a un ente abstracto.
La lógica deductiva muestra con su relato que es imposible saber si alguien pudo influir sobre otra persona sin saber quién es esa persona influenciada. Para eso no hace falta ser abogado, juez, ni teórico cuántico, basta con no ser gilipollas.
Es posible comprender que con los mismos hechos se pueden tener conclusiones diferentes, solo hay que ver que de siete de esos magníficos jueces del supremo cinco han interpretado culpabilidad y dos inocencia llegando al paroxismo al considerar en la misma sentencia como hechos probados circunstancias antagónicas como la disonancia en las horas en las que se accedió al correo.
Y ojo, que la caterva jurídica tuitera dice que para concluir que no puede ser que alguien que accede al correo más tarde que el que lo recibe filtrado puede ser el filtrador. Esta tropa son a la justicia y la argumentación lógica lo que la escuela de Chicago con una servilleta a la economía.
Es por todo esto que el derecho no es una ciencia, sino una interpretación, en ocasiones bastante chusca, de una realidad que está mediada por la ideología, la clase social, los complejos, los valores y sí, la estulticia y la incapacidad para comprender relaciones multifactoriales complejas. He conocido a lo largo de mi vida muchos licenciados en derecho y abogados que tendrían problemas para resolver problemas básicos de lógica deductiva de primaria.
La lectura de la sentencia del Tribunal Supremo es un trabajo farragoso, lento, pesado, pero de una intensidad intelectual media-baja. Los conceptos usados, la trazabilidad de las referencias y la capacidad necesaria para evaluar la coherencia de los hechos no pasa por ser algo que cualquier persona con un mínimo de pensamiento crítico y aptitudes en búsquedas de información no pueda desarrollar sin problema.
La capacidad racional para desentrañar los argumentos dados en la sentencia es básica y con un poco de confianza y sin complejos es bastante sencillo encontrar errores deductivos que no pasarían el filtro de un editor novato de cualquier medio de comunicación serio. Si me presento en cualquiera de los medios en los que trabajo con una noticia con unos hechos probados como los dictados por los cinco magistrados conservadores no me vuelven a dejar publicar nada.
No dejéis que la soberbia de gente con una capacidad intelectual básica os diga que no tenéis la capacidad para leer, comprender, y desmontar una sentencia tipo del Tribunal Supremo porque es algo que es tremendamente didáctico para comprender que la meritocracia es un invento.
Sería un ejercicio interesante que los profesores de la pública pongan los hechos probados de esta sentencia y conminen a los alumnos a que encuentren las falacias y errores deductivos de cada afirmación. Se iban a reír y divertir los chavales.



