El lunes amaneció como cualquier otro lunes. Con un poco más de sueño que de costumbre y un poco más nublado que días anteriores. En la calle, hombres y mujeres caminaban con prisa, sobre todo los encargados de llevar a los niños al colegio, con esas mochilas que ocupan más que su propia espalda. En los balcones, las plantas, la ropa tendida y alguna bandera española con crespón negro desgastada por el paso del tiempo y por Filomena.

Y ahí estaba. En la acera de los impares, reluciente, ocupando un chaflán. Un cartel morado, bastante grande, hecho con cartulinas. Y en él, un mensaje claro: Más mujeres en la ciencia.

Yo era de las que iba casi a galope, intentando no llegar tarde al autobús que llevaría a mi hijo a practicar deporte, como cada lunes. Pero me dio tiempo a verlo. Y me dio por pensar en las vecinas de ese balcón, en las autoras de ese cartel. Quiénes serán, a qué se dedicarán, cuándo lo habrían pintado. Pero ya he dicho que iba con la lengua fuera, así que no seguí tirando de ese hilo.

Tres horas antes, había abierto los ojos y había pensado en ella. En que ayer se cumplía un año de la última vez que nos vimos. El último café con leche y los últimos churros juntas. El último beso y el último abrazo. Se fue trece días después y me quedé sin madre. Pero yo eso no lo sabía el 8 de marzo de 2020.

Esa tarde acudí con mi hija y una amiga a la manifestación en Madrid. Hicimos solo un tramo y muchas fotos. Algunos cánticos nos provocaron la risa, con otros nos dio por saltar; también los hubo manifiestamente mejorables. Fue un día festivo en el que yo solté adrenalina y también alguna que otra lágrima.

Ayer, a eso de las 17:30 de la tarde, llovía en Madrid. Se oía el tráfico y la voz de un vecino hablando por teléfono. Y aparecieron ellas. Ocupando los tres carriles del paseo de las Delicias y con silbatos. Mujeres vestidas de morado y subidas en sus bicicletas. Y volvimos a aplaudir como tantos días después del 14 de marzo. En la calle, otras mujeres más mayores aplaudían al pelotón improvisado y feminista que iba escoltado por dos vehículos de la policía municipal.

La marcha ciclista nos permitió saludar de nuevo a los vecinos. También vimos que las de enfrente, que tienen tres banderas de España desde las que piden la dimisión de Pedro Sánchez, preferían grabar la escena.

De repente, eché de menos no salir a la calle. Envidié a las mujeres de otras ciudades que salieron a cantar, a gritar y a reivindicar, y a las que había visto en el telediario mientras comía. Eché de más el oportunismo de muchos, esos y esas que ayer impregnaban de morado sus redes sociales y su vida, para volver a lo de siempre 24 horas después. El aliado temporal, el que te da la palmada en la espalda, te recuerda que te valora muchísima pero ay lo malos que son los radicalismos. "¡Estáis en un plan que no se os puede decir nada!", dice socarrón, esperando nuestra sonrisa cómplice.

Ayer volvimos a poner sobre la mesa datos y testimonios que recuerdan lo mucho que queda por hacer. Ayer recordamos los avances, lentos y seguros, que convierten la igualdad entre hombres y mujeres en un movimiento imparable. También nuestra confianza en los más jóvenes, nacidos y crecidos en un ambiente en el que se habla de feminismo. Ayer, otro malnacido quiso matar a su expareja.

Este 8 de marzo volvimos a aplaudir a las ocho de la tarde. Por las del cartel morado en el chaflán y por las que desean que el presidente del Gobierno pida cita en el SEPE lo más pronto posible. También por los que siguen pensando que el feminismo está muy bien "siempre que no se radicalice". Los que piensan que no sé de qué os quejáis, si sois el sexo fuerte" es un gag cargado de ingenio. También por las que desayunaban café con leche y churros los domingos, que nacieron y crecieron en un ambiente machista y humilde en el que había pocas oportunidades.

Hoy también es 8 de marzo.