La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, afirmaba rotunda el domingo en la clausura de la fiesta del centenario del PCE que "el tiempo de los hombres de negro se ha acabado". Pero ahí los tienen, a tres hombres para los que la vida y el fondo de armario son un azul oscuro casi negro. Un compendio de virtudes y saberes. Un presidente, uno que quiere serlo y otro que no quiere volverlo a ser.

[Inciso: ojalá Mariano Rajoy Brey sesteando inmediatamente después de soltarle a Casado uno de esos discursos que quedan bien en el papel, sabedor de que su anfitrión no le repreguntará jamás ni le buscará las cosquillas. Jugar en casa tiene estas cosas].

Son tres señores con cabellera poblada y de un tono muy similar al marrón chocolate. Van vestidos con el uniforme del liberal ibérico, de la gestión bien entendida, porque son de esos hombres que saben hacer bien el nudo de la corbata, dirigir un país, olvidar las sombras del pasado, si es que las hubo. Ahí están, ahí se ven, son los hombres del PP.

Sonaba 'A sky full of stars' de Coldplay mientras tomaban asiento nuestros tres próceres en Santiago de Compostela, la primera ciudad en la que arranca el Casado Convention Tour. Donde se la juega y donde algunos quieren que se la pegue. Si esto fuera un programa de prensa rosa analizaríamos al dedillo la letra de la canción y sacaríamos punta de esa parte en la que dice: "No me importa y hazme pedazos". Pero esto pretende ser otra cosa.

Y mientras Chris Martin y su grupo ponían letra y música al arranque, Alberto Núñez Feijóo aplaudía como si le pesaran las manos, Casado ponía ojos alegres y Rajoy hacía de Rajoy, que ya es bastante. Una pena lo mucho que tapan las mascarillas la comunicación verbal y no verbal.

El actual presidente del PP es un buen tipo. Y cuando se dicen y escriben este tipo de cosas suele ocurrir que a continuación empezarán a pitarle los oídos y no precisamente para bien. Pero ya he dicho en el párrafo anterior que esto pretende ser otra cosa. Casado es un tipo educado y sin dobleces al que le cuesta mucho convencer a los indecisos, pero también a muchos de esos que llevan años votando por su partido. Pero la política no quiere buenas personas, o al menos no tan arriba.

Le han dejado hacer, le han permitido cambiar de registro (un día apocalíptico, otro conciliador, los pares el más rural de otros, los impares el urbanita y disruptivo, meritocrático siempre), pero en estos meses de pandemia y de sanchismo atroz, otros le han quitado la merienda. Una, compañera de partido a la que hasta hace un cuarto de hora llamaba "Isa", y otro, ex compañero de partido, al que no tendrá más remedio que volver a arrimarse si quiere llegar a La Moncloa.

Casado pone todo de sí -cuerpo, alma y oratoria- y le ha costado hacer cartel para la convención. Se le han caído participantes y ha habido una guasa bastante injusta al respecto. Y Pablo parece cansado. En primer lugar, de llevar tanto tiempo escuchando la chapa de los mayores. Los que ganaron elecciones, los que tocaron pelo, empeñados en decirle lo que tiene que hacer para triunfar en la vida. Él los sonríe a todos y les aplaude, porque es un hombre educado que no parece ir por la vida perdiendo las formas. Por eso nunca ganará en el barro a Sánchez.

Sólo por eso a veces quisiera estar a su lado sin que me viera, imaginármelo acordándose de los ancestros de todos: de Rajoy y de Aznar (¿acaso no tienen napalm en el expediente?); de Aguirre y sus eternas ganas de estar sin volver; de Feijóo y su tensión arterial de manual. El hombre que jamás perderá en Galicia y que se irá sólo porque él quiere. De Díaz-Ayuso, jugando a personaje de Woody Allen en la Gran Manzana, piel de porcelana en guante de acero, crecida y con ganas de matar al padre, que no es sino él.

Ayer publicó una foto reunida con el jefe de Opinión de The Wall Street Journal y varios de sus redactores, "muy interesados en la política fiscal de la Comunidad de Madrid y nuestra política de atracción de inversión norteamericana". El sábado aparecerá en la foto de familia con el resto de presidentes autonómicos. Aparecerá, si quiere, a lomos de un tigre blanco. Mientras, Casado seguirá vestido de azul oscuro casi negro. Y sin poder emanciparse de la casa de sus padres.