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Escapada a Castro de Baroña: arqueología, playas y mucho más

Además de poder visitar uno de los castros mejor conservados, pasar un fin de semana en la ría de Muros y Noia permite adentrarse en todo lo bueno que ofrecen las Rías Baixas.

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Era imposible que Plinio supiera qué es eso del Síndrome de Stendhal, ya que el escritor francés nació unos 16 siglos después de que muriera el historiador y geógrafo romano. Sin embargo, no sería equivocado afirmar que el que fuera procurador de Hispania en el siglo I d.C. tuvo que sentir algo parecido a lo que el galo sufrió en Florencia cuando navegó por la costa gallega y más concretamente por la ría de Muros y Noia. Tal fue la belleza, que le generó la certeza de que la villa de Noia fue dedicada por el mismísimo Noé tras el diluvio a su hija Arnoia, un legendario relato que no se ha olvidado.

Pero no fueron los romanos quienes poblaron esta zona, sino tribus celtas desde muchos siglos antes. Se hace patente especialmente en Baroña, cuyo paisaje no se entiende sin su castro, un poblado compuesto por un grupo de viviendas (a cada una por separado también se le llama castro) en la que vivían los primigenios pescadores de este rincón a alrededor de una hora de Santiago de Compostela.

Un fin de semana dedicado a descubrir la herencia celta en esta ría es sencillo gracias a una buena comunicación entre carreteras provinciales. Es el mejor modo de llegar al centro de recepción de visitantes del Castro de Baroña, donde es posible recibir toda la información necesaria para entender la magnitud y la belleza de lo que vamos a ver. Luego, un camino de unos 15 minutos, a través de un clásico pinar gallego, nos lleva caminando a la península en la que se asienta el castro.

Imposible no fijarse en las murallas defensivas, en el foso de entrada, el acceso al poblado tras la segunda de las murallas que resguardaba a los habitantes y, por supuesto, en los círculos de piedras en los que se levantaban las casas de la Edad de Hierro, las mismas que fueron abandonadas casi a la par de la llegada de los romanos a esta zona de la península Ibérica. Son alrededor de 20 viviendas de planta oval, claramente identificadas formando calles que se pueden recorrer con calma, aunque también es recomendable alejarse un poco para entender, al otear el castro, toda su dimensión urbana.

Pero no es este acercamiento a nuestro pasado arqueológico lo único que se puede hacer en una escapada a Baroña. Ahora que el tiempo empieza a acompañar, nada mejor que aprovechar para disfrutar, además, de sus playas. La de Area Longa y Corrubedo están a tiro de piedra de los restos del castro, aunque hay que tener en cuenta que, además de nudista, suele tener fuertes mareas, por lo que hay que extremar la precaución. La playa que está en el propio castro es de uso particular.

Con un oleaje más moderado está la playa de A Arnela, con forma de ensenada y arena blanca, da paso a numerosos acantilados donde se puede aprovechar, además, para practicar un poco de pesca con caña. Para muchos, es la playa de Porto do Son, imprescindible en esta ruta de fin de semana.

Se trata de una importante villa marinera en la que todo gira en torno a su puerto y a su flota. Tiene lonja, de la que cada día salen pescados y mariscos para todo el país y recorrerla es descubrir el día a día de una comunidad que, como en el castro de Baroña, mira al mar con respeto, sacando de él sus frutos.

Perderse por su casco urbano invita a encontrar la vieja Casa Consistorial, convertida hoy en un museo y en la que hay un magnífico centro de interpretación del castro de Baroña. También la Casa de la Cultura, donde se expone una muestra del arte de Alfonso Costa. Y, claro, el lugar donde haremos la parada gastronómica de rigor.

Estamos en Galicia y es imposible no rendir homenaje a su cocina. Tanto en el casco urbano de Porto de Son como en las aldeas del municipio podemos encontrar desde restaurantes pequeños de cocina casera y menú del día, sin pretensiones ni en la decoración ni en el precio, a otros mucho más acondicionados, en los que disfrutar de una buena mariscada o carnes a la brasa.

Aprovechar estos dos días para ir alternando las aldeas cercanas a la playa de Barrento, al sur de los castros, con las de la propia ría, hasta llegar a Portosín, nos permitirá, además, recorrer uno de los paisajes más verdes y bonitos de la costa gallega.


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